sábado, 24 de marzo de 2012

EL RUGIDO DE LA CAVERNA



No le pidas peras al olmo. No le pidas mesura al radical. No le pidas futuro al fanático. No le pidas dignidad a La Caverna.


(Reduzco a su esencia este post por respeto a la actualidad)

domingo, 18 de marzo de 2012

EN PRIMAVERA


Estos días por los que estamos atravesando son los más parecidos a esa definición que estudiamos de la primavera y que en nuestra tierra es sólo una leve antesala entre el brasero y el aire acondicionado, entre el rabo de toro y el salmorejo, entre el saquito y la manga corta, entre el sueño y el insomnio. Es breve, sí, pero se disfruta a su manera, tal vez por su inapreciable brevedad –la verdad del refranero-. Ha comenzado esta primavera particular nuestra, paraíso de las alergias, de las hormonas y de las fiestas con barra, pinchitos y megafonía en cualquier plaza. No esperamos a la consabida campaña publicitaria que determina el tránsito de las estaciones. En primavera, ampliamos el baúl de nuestros recuerdos, sí, todos nosotros hemos tenido un momento irrepetible aunque no lo hayamos pretendido. Haga memoria. En primavera se ganan las Ligas, y hasta las Copas, ya sea la de su Majestad el Rey o la de Europa, que es la Copa entre las Copas y, por tanto, el fulgor primaveral y futbolístico continental y casi mundial. En primavera comienzan a anunciarnos esas canciones aspirantes a reinar durante el verano; pero ya no es la cosa como era, esta crisis puñetera, o la ausencia del inefable Gorgie Dann, parecen querer boicotear el ritmillo de las verbenas. No lo podemos permitir, claro que no. En primavera pensamos en nuestros cuerpos sin ropa y nos planteamos, desde el shock o la autosatisfacción, el itinerario más inmediato. Espero que caigan unas gotas y las piscinas no peligren. En primavera podemos llegar a sentirnos quejosos, extraños con nosotros mismos, como deprimidos; cuentan que tiene una explicación científica. Recurrimos a la ciencia para explicar sin entender lo que no nos explicamos. En primavera, como en ese mayo del 68, las revoluciones nos descubren que todavía es posible encontrar la arena de la playa bajo la fría y dura superficie de los adoquines. En esta primavera nuestra, breve pero intensa, nos encontramos con ecos de esa primavera del 68. Es posible un momento de calma ante la Prima de Riesgo, es posible continuar caminando ante los recortes sangrantes, hay oxígeno tras la asfixia. En esta primavera, sí.

En esta primavera que nos ha llegado cuando le ha dado la gana, como todas las primaveras, los andaluces estamos citados con las urnas, en las elecciones más trascendentales de las últimas décadas. En apenas una semana, casi nada. No es una exageración, no, es la más simple y elemental realidad. Las más trascendentales desde aquellas elecciones en las que dijimos sí, y no todos dijeron sí, que queríamos ser más nosotros, más libres, a nuestra manera, tener conciencia de Andalucía plena. Esta crisis, puñetera me parece hasta un calificativo cariñoso para evaluarla, nos incita a retroceder, a volver al pasado, a entender como privilegios algunos de los derechos que me hemos conquistado y disfrutado durante los últimos años. Somos ese enfermo moribundo que se resigna a todo tipo de amputaciones con tal de que su corazón siga latiendo y así poder durar, que no vivir, unos cuantos días más. Escuchamos que nuestros hijos tienen muchas posibilidades de vivir mucho peor que nosotros y permanecemos impasibles, no somos capaces, tan siquiera, de dedicarle una mirada de desprecio a quien pronuncia tan aberrante frase. Ya no digo gritar, que también deberíamos hacerlo, bien fuerte, con todas nuestras ganas, hasta que nos faltara el aliento. Los mercados así lo determinan, nos dicen, y nos quedamos tan panchos. Extendemos el brazo y le decimos al cirujano del dinero que nos corte otro brazo. Y no, no deberíamos seguir entregándonos a esta salvación que cada vez más se parece a la muerte. La teoría del miedo se ha impuesto y vivimos esclavos de ese miedo, porque el miedo coarta la libertad. Y yo no quiero tener miedo, y, por supuesto, no quiero dejar de sentirme libre.
Nunca me ha gustado la resignación como concepto vital; ya vendrán tiempos mejores, proclamamos, aunque no lleguen o tarden más de la cuenta. La resignación me muestra un camino de sufrimiento y una recompensa que nunca llega o que sólo disfrutan unos cuantos, los de siempre. Esos que, curiosamente, tampoco sufren las durezas del camino. Es la primavera, tal vez, la estación menos resignada del año, la rebelde, y rebeldía autorizada, ya que le permitimos desde el diluvio a la calina, albergar otoños e inviernos, y hasta veranos, en su interior. Es primavera y no me resigno, y mucho menos en esta primavera crucial. No todo son adoquines.

domingo, 11 de marzo de 2012

EL VALOR DE LAS PALABRAS



Hay palabras que desnudan, otras que ocultan, o que insinúan. Hay palabras que por sí solas tienen la capacidad de mostrarnos mil significados, mientras que otras necesitan de alianzas, de combinarse con otras palabras, para poder tener vida propia. En la semana que concluye, coincidiendo, casual o interesadamente, con el Día Internacional de las Mujeres se ha hablado mucho de las palabras, de nuestro idioma. Y hemos escuchado y leído términos como inclusiva, no sexista, tontería, feminazi –incluso- o discriminación, según quién aportara su visión del asunto. Todo como consecuencia de un informe emitido por la Academia de la Lengua respecto a los manuales de lenguaje no sexista o no discriminatorio que se han publicado en los últimos años. Si por algo se caracteriza nuestro idioma es por su capacidad evolutiva, regenerativa, incluso vampírica. Un idioma que es absorbente, en el sentido de que no dudamos en españolizar palabras y expresiones que nos llegan de fuera. Y ha sido la propia Academia de la Lengua la que ha abierto las puertas de esta evolución constante de nuestro idioma. De hecho, este español que hablamos, o chapurreamos hoy, apenas se parece a ese castellano viejo y cadencioso de La Celestina o El Quijote. El español, o castellano, ha ido cambiando al mismo ritmo que lo ha hecho España. Teniendo en cuenta esto, esa capacidad de adaptarse a cada tiempo, es normal que nuestro idioma haya ocultado a las mujeres durante siglos, ya que ha sido la propia sociedad la que lo ha hecho. Las mujeres no existían, simplemente, y por tanto nuestra lengua no se veía en la necesidad, o en la obligación, de mutarse para cobijarlas.
Yo era muy pequeño cuando comenzaron las primeras “apariciones” de las mujeres en nuestro idioma. Y hubo revuelo, ya lo creo. Recuerdo las burlas, comentarios similares a los que he escuchado durante estos días, pero la única verdad es que muy pronto comenzamos a asimilar con la más absoluta normalidad que una mujer podía ser definida como Alcaldesa, Presidenta, Abogada, Jueza o Doctora y no como la alcalde, la presidente, la abogado, la juez o la doctor. Haga memoria y comprobará que le suena lo que le acabo de relatar. Eso fue un logro de las mujeres, de las feministas especialmente, pero también del nuevo concepto de sociedad. Una sociedad en la que una mujer “podía” ser abogada, jueza o doctora. Y nuestro idioma denominó lo que antes era invisible, simplemente. No termino de entender, por tanto, la postura de la Academia, que siempre se ha caracterizado por su “amplitud de miras”. No olvidemos que palabras como coño, muslamen o escáner, sólo por poner algunos ejemplos, han sido aceptadas, mientras que se muestra reticente a la hora de aceptar un idioma inclusivo en el que quepa la sociedad en su conjunto. No hay que “destruir” el español para que esto se produzca, tal y como se ha indicado, basta con acudir a este idioma nuestro, tan sabio y tan rico, capaz de acogernos a todos y todas. Y, desde luego, tengo muy claro que todos los documentos procedentes de las instituciones públicas, así como de servicios a la ciudadanía deberían estar redactados con lenguaje inclusivo, que debería ser una premisa indispensable e irrenunciable. Le puedo asegurar que, tal y como nos sucedió con La Abogada, no tardaríamos en asumirlo y hasta en naturalizarlo como algo propio.
Como les decía, este debate ha coincidido con la celebración del 8 de marzo, y lo que no me gustaría pensar es que se trata de una cortina de humo para ocultar la difícil realidad de las mujeres. Podemos recordar sus terribles números: menor salario, menos derechos, mayor “trabajo” en casa, violencia de género –que no debemos relacionar con el aborto-. Las mujeres se encuentran en una difícil situación, no sólo es que no avancen en derechos, es que empiezan a perder los conquistados. La Reforma Laboral es un magnífico ejemplo, si se detiene un instante a leer y a interpretar su letra pequeña podrá descubrir que hasta la lactancia puede ser objeto de “negociación” de la empleada con el empleador. Y si a eso le añadimos las “grandes” reflexiones del ministro Wert –que si tomara parte en Gran Hermano no me cabe duda de que sería el primer expulsado, y por aclamación popular-, culpando a las mujeres del deterioro educacional de las familias por su incorporación al mercado laboral, ya podemos imaginar el peligro que corre el concepto de igualdad como una manifestación real. No debemos renunciar, por tanto, al valor de las palabras, no las despreciemos, porque sí lo hacemos estamos asimilando que nuestra sociedad se ha estancado o, lo que es mucho peor, que está retrocediendo.

22F


No me cabe duda de que si tuviera que vender un producto, cualquier tipo de producto, me valdría de Twitter para hacer conocer mi producto e incluso para diseñar el propio producto. Y es que una de las grandes cualidades/habilidades de esta red reside en que se trata de un termómetro/barómetro social casi instantáneo. Lo que intuía lo comprobé directamente en la pasada entrega de los premios Goya, constatando como las tendencias del momento –los ansiados TT- aparecían, subían, bajaban y desaparecían según transcurría la gala. Y así supimos al instante que Santiago Segura divirtió mucho más que Eva Hache, que el peinado de Belén Rueda no causó sensación, sino todo lo contrario, que el ministro Wert tiene mala cara, que María León emocionó y que las palabras de Isabel Coixet causaron rechazo y admiración en idéntica proporción. Sólo un día después, tras los incidentes acaecidos a las puertas del instituto Luis Vives, logramos colar desde España en lo más alto del TT mundial el lema #primaveravalenciana. Sólo un día después, se coló en el TT nacional un lema incipiente, pero que merece le prestemos la mayor de nuestras atenciones: #igualdadsalarial. Desde hace unos años, pocos, se ha establecido la fecha del 22 de febrero como el Día Internacional por la  Igualdad Salarial entre Hombres y Mujeres. Así, a estas alturas, hay quien pueda llegar a pensar que se trata de una campaña más de feministas aburridas y trasnochadas, y no, ni mucho menos. En primer lugar, porque el movimiento feminista es más necesario ahora que nunca, que la crisis y sus recortes –justificados o no- comienza a cebarse especialmente con las mujeres; y en segundo, porque la desigualdad salarial es una realidad que escapa de las normas, de las leyes y hasta de la lógica.
Unos datos muy simples y concretos para ilustrar la cuestión. El Tratado de Roma, embrión de lo que hoy conocemos como Unión Europea, incorporó la igualdad de salario entre todos los trabajadores sin tener en cuenta su sexo, como uno de sus principios fundacionales. Cincuenta y cinco años después, que ya son años, la realidad es la siguiente: las europeas ganan un 15% menos que los europeos por realizar un mismo trabajo. En España, esta cifra alcanza el 22%, mientras que en Andalucía se sitúa en un 19%, más baja, afortunadamente, que la media nacional. Algunos datos más a considerar: de cada 100 personas que tienen un contrato a tiempo parcial, 76 son mujeres, porque 80 de cada cien mujeres se ocupan al mismo tiempo de su “empleo” que de “trabajar” en casa, en lo que denominamos dulcemente “tareas del hogar”, y que en la mayoría de las ocasiones es un “trabajo” más que duro –y que convierte a las mujeres en trabajadoras de “guardia” durante las 24 horas del día-. Y esta reducción salarial por un mismo empleo, esta reducción de la jornada laboral, este trabajo permanente en la casa, es una cruda y casi esclavista realidad en el presente, pero que se amplifica y aumenta en el futuro, cuando las mujeres se enfrentan a jubilaciones infinitamente inferiores que las de los hombres ya que, legalmente, han cotizado mucho menos que ellos, aunque en la mayoría de los casos hayan trabajado mucho más.
El Día por la Igualdad Salarial se fijó en el 22 de febrero por un cálculo tan simple como horripilante: una mujer europea tiene que trabajar 418 días para cobrar lo mismo que un hombre en 365. Como antes comentaba, legalmente no podría ser posible, y de hecho en determinados sectores no sucede, pero se emplean determinadas artimañas de falsas categorías profesionales, inferiores a las reales, que propician la reducción salarial. La crisis actual está siendo especialmente dañina con los jóvenes y con las mujeres, y me temo, espero no acertar, que la recién aprobada reforma laboral constituya un tobogán que acelerará aún más estas desigualdades. No es lícito recortar derechos con la excusa o pretexto de esta crisis, de la que nunca acabaremos de salir, teniendo en cuenta que es el enfermo el que alimenta al cirujano, y muy especialmente si esos recortes los vuelven a padecer con mayor intensidad las de siempre. Porque ya nos dicen que no es el momento de más escuelas infantiles, de ampliar el permiso de paternidad, de aplicar la Ley de Dependencia tal y como se había previsto, de planes de igualdad. No, ahora es tiempo de esta peculiar austeridad que no es tan austera para todo el mundo. Sería maravilloso que el 22 de febrero perdiera sus apellidos conmemorativos, pero el nublado horizonte no parece alumbrar ese camino. Ojalá no fuera TT el año que viene.

El Día de Córdoba