viernes, 29 de noviembre de 2013

CANADÁ, EL REGRESO DEL SHERIFF FORD

Ojo, atentos, que ha llegado el sheriff. Desde que le colocaron la estrella en el pecho, nadie se ha atrevido a quitársela. Richard Ford es uno de los sheriff de la narrativa actual, tal vez sea el gran sheriff, el jefe, y por eso, cada cierto tiempo, para sus fieles siempre más tiempo del que hubiéramos deseado, cuando contempla que la cosa se desmanda, que comienzan las turbulencias y los agoreros alzan la voz, pega un puñetazo sobre la mesa y exhibe su fortaleza. En cada nueva entrega de Ford, tras cada línea, yo creo escuchar: Leed, esto es una novela, así se escribe una novela.
Richard Ford es un escritor fiable, una apuesta segura. Es como una de esas marcas de automóvil o de motocicleta, de solvencia contrastada a lo largo de los años, que nunca te deja tirado en mitad de la carretera. Sabes, antes de comenzar, que el viaje alcanzará su objetivo. Puede que con algún bache, tal vez una curva mal señalizada, nada problemático en cualquier caso, no pasará de un leve susto, siempre será un buen viaje. Un gran viaje, excepcional, maravilloso, a ratos.
Hay lija y seda, arrugas y algodón, en Canadá, la nueva novela de Richard Ford. Una novela dura y sensible al mismo tiempo, terciopelo y acero. Porque así lo requiere esta historia, Ford recupera ese lado tosco, seco, en el que tan bien se desenvuelve. La dureza de Montana, la incomodidad de ese Canadá permanentemente invernal, las despedidas de la adolescencia, la noria de la vida.
Algunos críticos han intuido referencias de Carver en la obra de Ford, aunque también cabe la posibilidad de que suceda justamente lo contrario: Carver era muy Ford. En cualquier caso, hablamos de narradores que han establecido el realismo —y, por favor, no adjetivemos ese realismo— como espacio, marco, ámbito, sobre el que desarrollar una narrativa con aspiración de totalidad, de diagnóstico exacto y exhaustivo de los hombres, sus días y sus cosas.
En Canadá, como en buena parte de sus títulos, se percibe... sigue leyendo en La Tormenta en un Vaso

martes, 26 de noviembre de 2013

LAS RAÍCES DE LA VIOLENCIA

Puede que la violenta historia de Pilar comenzara con aquel mensaje de texto en su teléfono móvil, me han dicho que te han visto con unas amigas en una fiesta, cuando todavía no había cumplido los diecisiete años. Prosiguió la violenta historia de Pilar con una mala respuesta, con un insulto, y no tardó en llegar el primer empujón, el primer puñetazo. Está muy nervioso con la historia del trabajo, lo está pasando fatal, justificó Pilar cuando le preguntaron; ya habían pasado seis años desde el incidente del sms. Puede que la violenta historia de Sonia comenzara cuando su pareja le recriminó que “lo pusiera en evidencia”. Jamás me podría haber esperado esto de ti, me has dejado en ridículo delante de todo el mundo, le dijo él, muy enfadado, y durante unos días Sonia llegó a pensar que tal vez tuviera su parte de razón, que las diferencias hay que mantenerlas en la intimidad, tal y como le había explicado su madre tantas veces. Puede que la violenta historia de Inés comenzara en el verano de 2010, en aquellos días en la playa. Inés quiso agradar a su chico exhibiendo ese tipo de bikinis que tanto le gustaban a él, que tanto le llamaban la atención en las otras chicas. Lo había descubierto, en ocasiones hasta giraba el cuello, lo comentaba con sus amigos, apenas disimulaba. Ni se te ocurra ir enseñando el culo al lado mía, que parece que quieres poner cachondos a mis amigos, le advirtió él. Qué celosos son los hombres, comentó Inés mientras tomaba café con sus amigas y todas asintieron. Puede que la violenta historia de Rafi comenzara tras el nacimiento de Sergio, su primer hijo. Hasta entonces, la suya había sido una relación normal, estable, para convertirse en un infierno. Interminables noches de llantos y gritos, días silenciosos, con el eco de los reproches y de los golpes.
Historias violentas que aparentemente comenzaron a partir de un hecho o momento concreto, pero que empezaron mucho antes, en la memoria que han creado las raíces de la desigualdad a lo largo de los siglos. Raíces que han crecido y extendido durante siglos, tanto que cuesta establecer dónde comienzan, ese punto concreto en el que empezó todo. Raíces fuertes y antiguas, que se ramifican, que se abrazan a otras raíces, formando en el núcleo, en el origen de las cosas, en un solo núcleo, la semilla. Raíces con savia venenosa, terriblemente contagiosa, que nos ha... sigue leyendo en El Día de Córdoba 

lunes, 18 de noviembre de 2013

INSUMISAS

Vaya por delante, declaración de principios, que a mí me gustan las mujeres insumisas. Mucho. Es más, no me gustan nada, pero nada, las sumisas, ya sean casadas o solteras. Qué aburrido debe ser tener una pareja sumisa o sumiso. Una pareja que te reciba en la puerta de casa, como ese anuncio franquista del brandy, con la batita de cuadros y las zapatillas de paño. Una pareja que dependa de ti en todos los aspectos, incluso en el económico, porque el ideal de la mujer sumisa es aquella que no trabaja fuera, que es una perfecta ama de casa, una madre abnegada y entregada, y una esposa fiel y esclava. Qué tostón tener así una mujer, una pareja, a tu lado, sin pretensiones ni ambiciones, sin inquietudes. Aburrido y mentiroso, no contar con una pareja con la que intercambiar opiniones, reflexiones, discutir, trazar alianzas, desencuentros, encuentros, y todo eso que se da en una relación de pareja entre iguales. Quien desea sumisión a su alrededor es porque no cuenta con la suficiente entidad y personalidad para mostrarlas a las claras y teme que salga a la luz su enanismo mental, su incapacidad para establecer relaciones y para expresar su posición, su opinión, sobre lo humano y sobre lo divino. Qué aburrido y enano mental debe ser todo aquel que busca en esta vida una pareja sumisa o sumiso. No quiero hablar del ya célebre libro de marras, no quiero incitar a nadie a acercarse, aunque sea por sano o morbo insano, a ese mendrugo cavernario impulsado por ese especialista en provocaciones varias que tan bien conocimos en nuestra ciudad.
Ha coincidido la aparición de este libro, de título infame, con el XXIV Feminario que, como cada año, por estas fechas, se celebra en Córdoba. 24 años ya, quién lo diría. 24 años de reflexión feminista, de debate, de hurgar en los rasgos más representativos y dañinos de la sociedad patriarcal. Y siempre, en estos 24 años, Rafaela Pastor al frente, referente de la Plataforma Andaluza de Apoyo al Lobby Europeo de Mujeres. En estos 24 años, Rafaela ha tenido que soportar todo tipo de insultos, descalificaciones y exabruptos. Ladran, cabalgamos. La llaman feminazi, sobre todo aquellos que consideran que feminismo, en un alarde de ignorancia, es justamente lo contrario que machismo. El machismo proclama la desigualdad de género, el situar a la mujer en un escalón inferior, mientras que el feminismo pretende... sigue leyendo en El Día de Córdoba 

jueves, 14 de noviembre de 2013

EL HOMBRE QUE MATÓ A QUEIPO DE LLANO

José Luis Castro Lombilla, Lombilla a secas, hasta no hace tanto, conocido por su extensa trayectoria en el humor gráfico, donde es uno de los nombres más destacados, ha debutado en la novela con El hombre que mató a Queipo de Llano, Premio Casino de Mieres, y ahora editada y distribuida en las librerías por Autores Premiados, una iniciativa editorial que pretende rescatar del olvido todos aquellos estupendos y valiosos libros que han cosechado premios, algunos destacados, a lo largo y ancho de la geografía española, pero que carecen de lo que podríamos calificar como “circuito comercial”.
Aunque conocía la faceta narrativa de Lombilla, gracias a algunos relatos que han conquistado algunos de los certámenes más prestigiosos del país, no ha sido hasta El hombre que mató a Queipo de Llano cuando he percibido plenamente la dimensión del escritor, del narrador, que puede llegar a ser. En su ópera prima, Lombilla se atreve con una obra realmente complicada, por los diferentes tiempos en los que transcurren las historias y porque estos “tiempos” se nos ofrecen con estilos y voces completamente diferentes al resto, gracias a un depurado y brillante ejercicio de estilo... sigue leyendo en La Tormenta en un Vaso
 

martes, 12 de noviembre de 2013

ARTE DEGENERADO

Arte Degenerado, esa expresión que acuñó el nazismo. Holocausto artístico, para salvaguardar la pureza del pueblo...


CUENTAN que Hitler intentó un par de veces ser admitido en la Escuela de Arte de Viena. Sabemos con penosa e histórica certeza que los exterminios, las invasiones, los bombardeos y los lavados de cerebro se le daban bien, pero, para su desgracia, el pincel en sus manos era un elemento hostil, como un boquerón aún en la red, que jamás consiguió dominar. Paisajes infantiles, retratos sin pulso, sombras planas era lo único que podía y sabía aportar y transmitir, y claro, no lo dejaron entrar en la escuela. Sueño truncado, frustración en vena. Una pena que el jovencito Adolfo se topara con un profesor íntegro y comprometido con el Arte, no sabemos si nos habríamos librado de semejante monstruo, empleando su tiempo en ejecutar lienzos y no personas. El hecho es que esto le sentó más que fatal al susodicho, y que cuando comenzó a ser el Adolf que todos desgraciadamente conocemos, decidió que también habría que, primero, detener, y a continuación exterminar lo que comenzaron a definir como Arte Degenerado. Picasso, Renoir, Van Goth, Matisse, Cézanne o Chagall formaban parte de ese peligroso escuadrón contaminador, así como sus estilos, dadaísmo, surrealismo, cubismo, etc., también incluyeron al jazz, faltaría más, esa música desordenada del infierno. Entendieron su Arte Degenerado como agentes infiltrados enviados por los judíos y los bolcheviques, elementos hirientes y nocivos para el buen alemán, ese perfecto ejemplar superdotado, máximo exponente de la raza aria, la raza entre las razas. Hitler y sus correligionarios le dedicaron tiempo al asunto, terriblemente, y así a partir de 1933 comenzaron a desarrollar su maléfico plan. 
En primer lugar, despidieron y apartaron de la dirección de los museos a todos aquellos gestores que hubieran tenido el atrevimiento de adquirir o exponer lo que habían catalogado como Arte Degenerado, ya fueran nacionales o foráneos. La Bauhaus cerró sus puertas. De igual manera se comportaron con las escuelas y academias, donde el Arte Contemporáneo, las vanguardias, pasaron obligatoriamente al silencioso sótano del olvido... sigue leyendo en El Día de Córdoba

miércoles, 6 de noviembre de 2013

EXTREMODURO, DE PROFUNDIS

Extremoduro ha logrado ser uno de esos grupos atípicos, por muy diferentes motivos, Fronterizos, que han conseguido aunar a multitud de “públicos”. Buena parte de los seguidores de los Rosendo, Barricada o Barón Rojo cayeron en las redes de los extremeños, pero es que algo parecido sucedió con los seguidores de Camarón de la Isla, Triana y demás experimentos relacionados con el flamenco, y hasta los modernos más modernos cayeron rendidos a sus pies. Como unos Guns and Roses españoles, todos encontramos un motivo para que nos gustaran Extremoduro... sigue leyendo en La Tormenta En Un Vaso

lunes, 4 de noviembre de 2013

LOU REED

Poesía y electricidad, rock y cemento, el cielo de las alcantarillas, las venas de las calles, la sangre de la noche. Lou Reed.
ES un día perfecto, me alegro de haberlo pasado contigo. Con sus alas eléctricas de algodón e hierro, voló desde Nueva York a Berlín, viaje al paraíso de las flores que nacen en el cemento, en el hormigón, en las alcantarillas, en las camionetas de reparto, en la cola del supermercado. El paraíso de los mortales con aspiraciones aéreas, especialistas de circos mundanos, focas y delfines, perros equilibristas, payasos de peluca roja, trapecistas con red de telaraña. Alas eléctricas para ese niño con rasgos de un Frankenstein que trabaja los sábados por la noche en el burger, propinas sonoras, monedas que se resbalan por los tobillos, agujereados los bolsillos. Alas rojas y negras, como esas noches con Andy, sobreviviendo a Andy, hacerse mayor en la Factoría ante el pelo blanco de Andy, alas rojas y negras. Se ha ido Lou Reed y nos queda todo lo demás, que tampoco es tanto, aunque muchos lo entiendan como demasiado. Se ha ido Lou Reed, lo recibió la dulce Jane al otro lado de la nada, y cantaron susurrando esa canción que ya es eterna, y que es un canto de tripas y sueños, de metal y cristal. Date una vuelta por el lado salvaje. Poeta, transgresor, adelantado y, sobre todo, por encima de todo, roquero. Ejemplo cualificado de esa leyenda que se le atribuye al rock, y que tal vez redactaron para Lou Reed. Se ha ido Lou Reed, pero no será para siempre, lo mejor de él se queda entre nosotros, que no son sólo sus canciones, que también, es su espíritu, la capacidad de invención, las luces largas, el futuro que nos anticipó, el quejido de la magia. Es un día perfecto, me alegro de haberlo pasado contigo.

Pocos autores han sintetizado el tiempo que les ha tocado vivir como Lou Reed. Su obra es un perfecto resumen de su educación cultural, emocional y social, un inmenso puzzle que tal vez él mismo nunca llegó a componer definitivamente. Ginsberg, Bowie, T Rex, Andy Warhol, Factory, Cale, Baudelaire, el Glam, el Rock, el Pop, pero también la niebla de las noches, los sótanos familiares, el grito de las calles, el tumulto de los mercados, aparecen en la obra de Reed. Tienes razón y yo estoy equivocado. Un creador que... sigue leyendo en El Día de Córdoba

viernes, 1 de noviembre de 2013

THE WANDERERS. LAS PANDILLAS DEL BRONX.

Han escondido los juguetes en el baúl de la memoria, apenas ya pisan la pista de baloncesto y prefieren quedarse en la grada, fumando, escupiendo, hablando de sus cosas. Son cosas nuevas, no todas buenas, diferentes, cosas de niños que quieren ser hombres lo antes posible y dejar de ser niños —lo antes posible—. Los primeros cigarrillos, cerveza y chupitos de güisqui. Los primeros besos, esas caricias en el portal. El barrio es oscuro cuando el reloj avanza y los callejones son el escenario de reyertas, intercambios y demás negociaciones, y hay que cuidar el barrio, hay que defender el barrio y, sobre todo, hay que dominar el barrio. Hay otros como ellos, otras pandillas, que también se han marcado el mismo objetivo. Son los años sesenta y ellos son los Wanderers.
Richard Price, al que una inmensa mayoría descubrimos gracias a la majestuosa The Wire, debutó en la literatura a los veinticuatro años con The Wanderers. Las pandillas del Bronx. Una soberbia postal de la adolescencia como un tiempo en la frontera de la vida, entre la niñez y la juventud a la vuelta de la esquina. Tiempo de transformación, la mariposa vuela por sus propios medios, con sus nuevas alas, tratando de encontrar y encontrarse.
Lawren Kasdan filmó la prodigiosa Reencuentro Richard Price escribió The Wanderers, y ambas obras pueden entenderse como eslabones de una misma cadena, situadas en lugares diferentes: al principio y al final. También podríamos referirnos a American Grafitti, de Lucas, y hasta a Rebelde sin causa, del ojeroso James Dean, pero temo que empezaríamos a alejarnos demasiado. Las primeras obras de Spike Lee —antes de perderse en su propio laberinto—, incluso... seguir leyendo en La Tormenta En Un Vaso