viernes, 31 de octubre de 2014

LOS LANZALLAMAS, RACHEL KUSHNER

El fuego como elemento purificador, renovador o, simplemente, como destrucción. Y tras las llamas, la ceniza del olvido, polvo que el viento del presente transporta a su antojo de un lado a otro. El fuego que origina la combustión, la esencia de la velocidad. El fuego que camina a tu lado. La velocidad de una Valera que bate record sobre pistas de sal, allá donde se pierden los caminos y la geografía proclama su ignorancia. La velocidad del fuego.
Rachel Kushner en Los lanzallamas se abraza a la naturaleza del fuego, purificadora y destructiva, para ofrecernos una novela en la que entremezcla el diario vital, el origen, auge y caída del futurismo/fascismo, el Nueva York frívolo, genial y alocado de los setenta, la lucha de clases o la juventud como una etapa en constante transformación. Y también se abraza a la curiosidad de su protagonista, Reno, testigo privilegiada del tiempo que le toca vivir gracias a los personajes que la rodean, así como del pasado que estos le narran.
Kushner utiliza en Los lanzallamas referencias que pueden sernos familiares a la mayoría, que nos han llegado a través del cine, de la música o de la Historia, y que maneja con solvencia, sin caer en la trampa de las imágenes prefabricadas o en la simplicidad de la rememoración emotiva pero vacía, sin incidencia en la estrategia de la novela. Es una de las principales características de Los lanzallamas, en apariencia carece de estrategia, no intuimos una trama definida y en determinados momentos tenemos la sensación de que la narración sigue el dictado de la improvisación, al son de las vivencias de Reno, su protagonista, o de la memoria que recuperan en su presencia. Apariencia de improvisación, de fugacidad, trazos gruesos, que no es tal.  
Rachel Kushner combina con habilidad el realismo más descarnado con la poética más íntima, dotando al conjunto de la narración de diferentes pieles y texturas, ásperas, suaves, cálidas, gélidas, siempre atractivas y atrayentes, de un modo u otro. Feroz en el retrato, en la intimidad de los personajes, en la profundidad de las situaciones, penetrante y directa en los diálogos, que emplea para afianzar personalidades y emociones. Los lanzallamas nos muestra un Nueva York desmayado, mísero en su ruina, y entregado a los artistas que escapan de la nube de ceniza y una Italia que trata de despertar de la pesadilla vivida durante décadas. Frivolidad y Brigadas Rojas, la noche sin final, la rebeldía del hastío.

Y por encima de su tiempo, por encima de quienes la rodean, incluso, Reno, artista y motera, permanentemente traicionada, puede que utilizada, central protagonista de una obra con tendencia a lo universal, por encima de lo concreto. Rachel Kushner consigue que su curiosidad sea la nuestra y que el viaje no lo realice en solitario. Eso sí, siempre sobre una Valera.


lunes, 27 de octubre de 2014

PALABRAS MÁS, PALABRAS MENOS

Serendipia, ¿¿serendipia??, bótox, precuela, cameo, tuitear, bíper, amigovio, amigovia, papichulo, pechamen, culamen, backstage... Palabras más, palabras menos.
Tome aire. Repita conmigo, alto y fuerte, sin pudor: serendipia. ¿A qué se siente mucho mejor? Más relajado, más libre, más yo qué sé. Desde que me he levantado esta mañana he pronunciado 42 veces la palabra serendipia, 42 veces contadas y no exagero. Me he encontrado en el frigorífico la marca de leche que me gusta y no he dudado en gritar: ¡serendipia! (y qué manía del corrector por subrayarla en rojo). Qué alegría más grande, recrearme al fin en su pronunciación, gozar con su sonido, con su significado. Teníamos “casualidad”, pero claro, es que suena muy vulgar, y además es tan triste, tan simplona, tan poquita cosa. O coincidencia, pero tampoco, le faltan tacones, escote y horas de pilates (que también ya es nuestra, según la Rae, en su nuevo diccionario). Yo creo que ninguna de las dos se puede comparar a serendipia, faltaría más, puro glamour. Ya sabe, si le toca la Primitiva o el Cuponazo, pues eso, serendipia. Pero más, sigamos. Estoy deseando que llegue el mediodía para solicitar a grito pelado: quiero una birra, es que esta palabra me pirra, que hasta su rima es electrizante y chispeante. Y no me cabe duda de que la aparición/eclosión de Kim Kardashian ha impulsado la inclusión de culamen (ni subrayada ni en cursiva, faltaría más), que es un culo culazo, pero en sentido positivo, que no seré yo el que levante la voz contra los culamen en estos tiempos de yogures con fibra, pavo 0% en grasa, sacarina en vena, liposucciones y dietas Dukan.
Con pechamen, sin embargo, ya no estoy tan a favor de que la hayan incluido en el diccionario, para qué nos vamos a engañar, que fina, fina, lo que se dice fina, como que no es mucho la palabra, y eso que el difunto Fellini la habría agradecido. Que bótox haya sido admitida como una palabra más de nuestro idioma, oficialmente, así hasta con su acento, la mar de mona ella, se lo debemos a muchos, y no señalemos a un género en concreto, que ambos y ambas gustamos de los retoquitos. Aunque dicen que Argentina ha ejercido una gran influencia; rumores. Hablando de ambos y ambas, esas relaciones tan de ahora, esas parejas con pisos separados y cajones sin compartir, bragas y calzoncillos alejados, también han sido definidas: amigovios y amigovias, que son los amigos “con derecho a roce” de toda la vida, pero en versión simplificada, mejor en una palabra, aunque suene un pelín atropellada. Vistos los antecedentes, qué palabra le podríamos proponer a los de la RAE para definir el programa ese de los concursantes desnudos que acaban de estrenar -¡y no es en Telecinco!-. A mí se me ocurre entevelotas, no sé, creo que suena muy actual, y después de lo de amigovios cualquier cosa puede colar, digo yo... sigue leyendo en El Día de Córdoba

jueves, 23 de octubre de 2014

PEQUEÑO, EL DISCO QUE SALVÓ A BUNBURY

Es justo reconocer el esfuerzo que está desarrollando Lengua de Trapo en los últimos tiempos por analizar, definir, resituar y sistematizar la historia más reciente de la música popular española desde una perspectiva literaria. Alaska y los Pegamoides, KortatuLos Planetas o, ahora, Enrique Bunbury han protagonizado las entregas de Cara B, una colección que va camino de convertirse en una referencia para todos aquellos empeñados por catalogar y ordenar su memoria musical, que en muchos casos también es la emocional.
Josu Lapresa aborda en Pequeño, el disco que salvó a Bunbury, el importante y profundo paso que supuso para el artista zaragozano pasar de ser la voz, la cabeza visible, de Héroes del silencio a un intérprete en solitario, tal y como hoy lo conocemos. Lapresa explica con detalle la reacción colectiva que se encontró Enrique Bunbury tras publicar su primer trabajo, Radical Sonora, que no fue precisamente comprensiva o elogiosa por buena parte de los seguidores de los Héroes. Acostumbrados a un sonido muy definido, y que se convirtió en la banda sonora generacional de miles de seguidores.
En este sentido, el éxito multitudinario de Héroes del silencio no fue, ni mucho menos, un trampolín, o un atajo, para el éxito posterior de Enrique Bunbury. En realidad, tal y como relata Josu Lapresa, esta falta de entendimiento va más allá de la aceptación general, ya que es el propio Bunbury el que no acaba de diseñar el traje en el que sentirse cómodo y habitar en su nueva versión, en solitario, sin el resto de la banda. De ahí el título de este libro, ya que fue Pequeño el primer trabajo de Bunbury en el que comenzó a expresarse libremente más allá de la acentuada etiqueta Héroes, y también fue el primero que propició el encuentro entre la nueva propuesta del artista y sus seguidores. Un disco salvador, como se indica en el título. Una teoría que sitúa a Radical Sonora, su primer trabajo en solitario, en un segundo plano, ya que, según considera el autor, no consiguió su objetivo.

Josu Lapresa se maneja con solvencia en esta reconstrucción del periodo más decisivo del que muchos consideran el rockstar más importante de la música española, si nos atenemos a su producción, grado de conocimiento y repercusión internacional. Un texto excelentemente documentado, en el que se analizan los aspectos más significativos de Pequeño, un disco crucial, como posteriormente ha quedado demostrado, en la trayectoria de Enrique Bunbury.   


lunes, 20 de octubre de 2014

JUEGO DE TRONOS

Me siento un poco bicho raro y a veces un mucho bicho raro, ya que no he visto ni un solo episodio de Juego de tronos. Lo mismo me sucede con la longeva Cuéntame, no sé si esto multiplica o acelera mi transformación a bicho raro. Aunque puede que ya lo sea, y por eso no siento que puedo llegar a serlo. Y no me llamo Gregorio. Cosas mías, que dejo para el diván de la pantalla en blanco, y así no les fatigo. En Sevilla, y también en Córdoba, oye, vamos avanzando, se ha hablado mucho en las últimas semanas de Juego de tronos, ya que están rodando aquí, sí, aquí, algunos episodios. Yo no comprendo todavía el dinero que se gastan para luego pasar las localizaciones reales por el filtro de los efectos especiales y la informática más avanzada y conseguir que no se parezcan en nada a las originales. Una pena, o no, que nadie regala duros a pesetas, escuchaba de nene con frecuencia en mi casa, y anda que no tiene sabiduría la sentencia. Pero volvamos a Juego de tronos, pero no a la serie, que -repito- desconozco hasta en sus títulos de crédito. Volvamos a ese juego de tronos que se han montado entre Mas y Rajoy y que es la gran noticia más permanente de los últimos tiempos, y lo que nos queda. Ahora, después de los fuegos artificiales, de las movilizaciones, de los bufidos y los plantones, de rebuscar las preguntas en el pozo de la semántica, parece que no va a haber consulta, o que se va a realizar otra consulta, sin valor, ya que su resultado no tendrá una traslación a la realidad de la calle. Proyecto de participación ciudadana, apretemos la gramática hasta que se acaben los agujeros del cinturón, pobrecilla ella.
Tengo la impresión de que la consulta no hay sido más que el cebo que han utilizado uno y otro para desplegar una estrategia con un objetivo muy claro, pero que debido a la torpeza de los jugadores ya no sé cuál era la estrategia, como tampoco tengo claro si hubo alguna vez objetivo. Puede que nunca lo hubiera o se resumiera en una sola palabra: dinero. Indiscutiblemente, tanto uno como otro han tratado de sacar partido del asunto. Mas, ha conseguido que sus demoledores recortes sociales y, últimamente, el escándalo Pujol queden en un segundo plano, mientras que Rajoy cree haber ofrecido una imagen de patriota de estado, inflexible ante la unidad de España. Y no. De nuestros gobernantes esperamos sensatez, diálogo, visión, consenso, mano izquierda en definitiva... sigue leyendo en El Día de Córdoba

martes, 14 de octubre de 2014

LOS PLATOS ROTOS

Asumimos y aceptamos todas las explicaciones, sin preguntar, sin alzar la voz. Nos contaron que habíamos vivido por encima de nuestras posibilidades, que habíamos gastado lo que no teníamos, que nos creímos que la bacanal era para toda la vida. Nos contaron que durante años estuvimos viviendo en una fiesta permanente, en una locura irreal, en la que nos excedimos en todo, absolutamente en todo. Nos acusaron de romper los platos rotos, toda la vajilla convertida en añicos, no dejamos ni una sola pieza, esparcida sobre el suelo, como un caótico tapiz. Y nosotros nos lo creímos todo, todo. Es más, tuvimos tan asumida la sensación de culpa, nos llegamos a sentir tan responsables, que comprendimos que merecíamos el correctivo que nos pronosticaban. Y llegamos a ver, con nuestros propios ojos, el confeti bajo la mesa camilla, botellas de vodka en la bañera, vomitonas en las macetas, coches de gama alta aparcados en la puerta, estupendas residencias veraniegas y los platos rotos, como una afilada y crujiente alfombra, esparciéndose sobre el suelo de nuestras vidas. Y no había nada, la fiesta nos pasó de largo, pero lograron convencernos de lo contrario. De hecho, estuvimos tan convencidos, lo contemplamos tan real, que aceptamos el castigo sin rechistar. Y no dudaron en aplicárnoslo, sin concesiones, con mano firme, directos a nuestros derechos, a nuestros empleos, directos al futuro de nuestros hijos.
Es cierto, sí, hubo una fiesta, una orgía en toda regla, salvaje, loca, pero no nos invitaron a todos, claro, reservado el derecho de admisión, como siempre. Es más, la mayoría ni nos enteramos de que estaba teniendo lugar la fiesta. Escuchamos la música lejana, muy al fondo, y confundimos las lluvias de confeti, las cataratas de alcohol, el brillo de las carrocerías, con un extraño y repentino efecto climático, con la ilusión de un segundo. Cada día nos cuentan con más detalle esa fiesta a la que solo tuvieron acceso unos cuantos. Ahora hemos sabido que, además de los sueldos millonarios, los privilegiados intereses en los préstamos y en los depósitos, los miembros del consejo de administración de Cajamadrid contaban con las ya célebres tarjetas B, u opacas o fantasmas y demás denominaciones que hemos escuchado en los últimos días. Conjuguemos el verbo robar, que lo explica mucho mejor, más concreto y certero en este caso. Nos contaron, no tenemos que forzar en exceso la memoriasigue leyendo en El Día de Córdoba

domingo, 12 de octubre de 2014

CHORIZOS Y HORTERAS

No creo que exista peor combinación. Un rico hortera es una tragedia, pero un ladrón hortera es una plaga. La que hemos padecido, y padecemos, en España. Encumbrando restaurantes, joyerías y demás establecimientos horteras, que han sido lo que son gracias al dinero que nos han robado. El hortera con dinero, robado o no, necesita de ego, que se lo alimenten cada día. Ni libros, ni conciertos, ni nada relacionado con la cultura. Cateto a babor, la película que se mantiene en la pantalla. Ya sabes, el reservado, y me pones dos comensales, que no cante la cosa. Instrumentos Musicales S. A. Y afina. Para qué, un hombre vale lo que vale el taco que esconde en el bolsillo. Así nos va. 
  1. La lista de los 10 más golfos que han pasado por CajaMadrid (y que nos han robado el dinero)

martes, 7 de octubre de 2014

LA ISLA MÍNIMA

Pocas trayectorias tan sólidas y perfiladas, lúcidas, podemos encontrar en la cinematografía nacional como la del director sevillano Alberto Rodríguez. La suya es una carrera en constante evolución y crecimiento, título tras título ha consolidado y ampliado las expectativas, filmando algunas de las mejores cintas de los últimos años, como son 7 vírgenes o Grupo 7. Y recientemente lo ha vuelto a demostrar, y de qué manera, con su nueva película: La isla mínima. Me atrevo a aventurar, sin temor a equivocarme, que nos encontramos ante una de las producciones más importantes de la temporada. Alberto, en su nueva creación, ha pulido y avanzado en su propio estilo, su personal visión y concepción de la narración está más presente, lo que propicia que su obra gane en autenticidad, en pulsión y en precisión. Una vez más, y como ya viene siendo habitual, Rodríguez firma el guión junto a Rafael Cobos, otro autor que debemos tener muy presente, y que a tenor de los resultados van camino de convertirse en una especie de Cohen béticos. No me cabe duda de que si Alberto y Rafael hubieran nacido en San Francisco y sus nombres fueran Albert y Ralf, la crítica internacional estaría rendida a sus pies, y nos hablarían de los dignos herederos del mejor De Palma, Sam Peckinpah o Scorsese. Tenemos la suerte de que sean españoles, andaluces, lo que demuestra que el talento no entiende ni de fronteras ni de idiomas.
Una de las características del cine de Alberto Rodríguez, y que yo considero como su mayor habilidad, es que sus películas cuentan con varias pieles o capas, tal si nos encontráramos ante una metafórica cebolla cinematográfica. En La isla mínima vuelve a valerse del género, lo que entendemos y reconocemos como el género, el thriller en esta ocasión, para hablarnos y sumergirnos en otros muchos asuntos. Una España que se hunde en su propio fango frente a una España que pretende recorrer su propio camino, la invisibilidad, el maltrato, que han padecido las mujeres durante siglos, el arraigado concepto de familia o el abandono de una Andalucía en el sur del sur. Estos y otros temas dentro de una trama impecable, arquitectónicamente precisa... sigue leyendo en El Día de Córdoba