domingo, 25 de diciembre de 2016

VIDA

Hay tradiciones que me gusta respetar, cumplir, perpetuar cada año o cada vez que toque o pueda. Hay buenas tradiciones que me gustaría cumplir cada día, pero cada día tiene sus tiempos y sus exigencias, y sus muchas cosas en esa agenda que nos escriben. No siempre podemos, nos excusamos constantemente, cuando las citas, las películas, los conciertos, los libros o las exposiciones pasan de largo. Tal vez sea el tiempo el mayor tesoro de este tiempo que nos ha tocado vivir, aunque también puede que se trate de la gran mentira que nos hemos buscado, y encontrado, para justificar todo aquello que no hacemos o no somos porque simple y llanamente no lo intentamos. Quién sabe, todo puede ser, y algo más, que siempre hay un algo más bajo la alfombra o en el fondo del armario. Aparte tres muertos y seguro que encuentra algo, ese algo más del que le hablo. Me gusta escribir sobre la Navidad, sobre estas fiestas, cuando coinciden en el calendario y este año coincidimos, para mi regocijo, que es una tarea que afronto con alegría renovada, tal vez contagiada. Lo repito, lo reitero, las navidades con hijos son más navidades, más fiesta, más alegría, y por una vez acudamos a todos esos tópicos que cuentan y que se cumplen, para deleite de padres y madres, de familia. Es tiempo de familia, lo queramos o no. Yo echo de menos, mucho, a los que faltan, me arrepiento del tiempo perdido y no compartido, no disfrutado. Y envidio a quien sí puede hacerlo. Otra tradición que suelo cumplir, ver de nuevo Qué bello es vivir. No soy muy original, ya lo sé, pero a mí se me siguen humedeciendo los ojos con algunas escenas. Este año, y seguro que el año que viene también. Y es que hay sentimientos que es bueno mantener siempre despiertos, siempre vivos, activos. Hermosa película de frases memorables: La vida de cada hombre toca muchas vidas, y cuando uno no está cerca deja un terrible agujero. Duele comprobar esta certeza.
Maravillosa la fotografía que pudimos ver el pasado martes en este mismo periódico, en la que aparecía una mujer mayor que no podía disimular el entusiasmo, la alegría, que le suponía contemplar el alumbrado navideño de nuestra ciudad. Una fotografía repleta de vida. Esa es la palabra, no me cabe duda, vida, mucha vida, pura vida. Y todo lo que hagamos por hacerla más confortable, más cálida, más querida y extensa será la mejor inversión podamos hacer por nosotros mismos, la mejor. No lo dude. Y la vida nos regala estos días, plagados de emociones, ilusiones, reencuentros y magia. Y sí, que hay mucha mercadotecnia, y que. sigue Leyendo en El Día de Córdoba

martes, 13 de diciembre de 2016

ESCRITORES

No puedo evitar que algo se incendie en mi interior cada vez que me asomo a la mesa de novedades de una librería, ahora que presumiblemente se venden libros con corbatas a juego. Siento el fuego, las llamas, las siento muy dentro


Todo el mundo, o casi todo el mundo, quiere escribir un libro. A veces pienso que vaya faena nos hicieron a los escritores con esa célebre sentencia que tanto me aburre, la del hijo, el árbol y el libro. Quien la inventó, se quedó descansando. Todo el mundo quiere escribir un libro, una novela si es posible, o un ensayo de buen rollo, y el problema es que lo acaban consiguiendo, o al menos publicando, que en ocasiones no es lo mismo. El deportista tripón y retirado, el presentador de informativos varios, los periodistas de medio pelo, el abuelo de las mil batallas, el político descerebrado, el militar en tiempo de paz, el suegro de mi prima, el compañero de instituto, el actor sin papeles dramáticos, el cantante de las mil canciones, el vecino del quinto, todos quieren escribir un libro, una novela si es posible, autobiográfica o no, eso ya se verá después, o un poemario de cinco poemas y dos mil ripios, pero un libro, un libro con su nombre en la portada y en el lomo, que presentar y dedicar. Esas cosas que se hacen con los libros, según cuentan. Yo no quiero clavar mi bandera, la bandera que sea, en el Everest, ni disputar las 24 horas de Indianápolis, ni nadar entre tiburones –pero qué cosas más raras gustan-, ni correr el maratón de Nueva York, ni la media maratón de Córdoba, ni esculpir una réplica exacta del David, ni presentar un programa de cocina, por mucho que me guste comer, tampoco quiero ser Ministro de Economía, ni tan siquiera Secretario de Estado de Hacienda, que eso sí que es mandar, ni hombre del tiempo, nada. Y puede que no me apetezca intentar/conseguir ninguno de los retos citados, y otros mil posibles, porque simple y llanamente no me siento capacitado. Soy consciente de mi realidad, de mi yo, de mis capacidades, y sé que si me sacan de mis cuatro cosas, que en realidad son dos cosas y hasta puede que media, solamente, ya no doy la talla. Hablemos de pudor, de ser capaces de mirarse en el espejo y asumir la realidad.
De verdad, que lo entiendo, porque lo he vivido ya unas cuantas veces, que es muy bonito y emocionante eso de ver un libro con tu nombre en las librerías, alucinante. Y cuando la editorial te envía los primeros ejemplares una intensa descarga eléctrica te recorre todo el cuerpo, de las cejas a las uñas. Como un padre, agarras a tu criatura y te cercioras de que viene con sus dos ojos, sus dos orejas y su nariz. De cuando en cuando se cuela una errata, pero no pasa nada, que eso es culpa del editor, si de verdad hace honor a su nombre. Todo eso es muy bonito, vaya que sí, pero que también debe serlo conquistar el Teide, por poner un ejemplo patrio, y plantar tu bandera o inaugurar una exposición de acuarelas, pues claro, pero yo no sé pintar, nada, ni monigotes. Y no voy a escalar... sigue leyendo en El Día de Córdoba

miércoles, 7 de diciembre de 2016

EDUCACIÓN CULTURAL

Que no les falte nunca el pan a mis hijos, pero que tampoco les falte un libro, una exposición que visitar o una película que ver, esos alimentos que nos hacen más libres y plenos, y que deben estar siempre en nuestra despensa. 
Cada día estoy más de acuerdo con las palabras de Federico García Lorca en la inauguración de la biblioteca de su pueblo, en Fuente Vaqueros, en 1931. Pan y libros, pan y libros. Y a los dos hay que considerarlos alimentos de primera necesidad, porque realmente lo son. Podemos sustituir, obviamente, libros por cultura, que tanto monta. Y eso que Lorca pronunció su sentencia en una época de profunda hambruna, en una España de ratas, gatos y pan negro en el menú, y aún así lo tuvo claro, pan y libros e igual de claro lo tengo yo, aunque los gatos se hayan salvado de la carnicería. Empiezo terco, repetitivo, pero plenamente aferrado y entregado a la reivindicación, y hasta revolución en estos tiempos horrendos, catetos, donde los libros y la cultura ocupan el lugar más alejado de nuestras vidas. Ni en el gallinero les encontró un hueco el acomodador, cómo será la cosa. Tal vez recupero a Lorca a colación de la conversación que mantuve hace unos días. Un amigo me reprochaba que, aún siendo tan “abierto” para la mayoría de las cuestiones, no le permitiera a mis hijos escuchar reguetón. Me sorprendió que le sorprendiera, no lo niego. Y sí, es cierto, no les dejo escuchar reguetón, lo tienen prohibido, y lo mismo les sucede con esas supuestas series infantiles que no dejan de ser otra cosa que culebrones protagonizados por adolescentes repelentes. Y tampoco les dejo comer determinadas chucherías, y procuro que lean todos los días, y que no se pasen con el chocolate, y que practiquen deporte con frecuencia, y que sean continuistas con su aseo personal, y que sean respetuosos con el que tienen al lado, y que tengan buena relación con sus compañeros de clase, y que estudien el tiempo conveniente cada día, y que no maltraten sus ropas, y mil cosas más. Claro que sí. Es decir, no renuncio a educar a mis hijos, en ninguna de las facetas de la vida, que son muchas y no podemos olvidarnos de ninguna, y muy especialmente de aquellas que considero fundamentales, como lo es la cultura. Vamos, que sí, que ejerzo de padre, no delego, en primera persona.
Con frecuencia tengo la impresión de que circunscribimos la educación de nuestros hijos a unos ámbitos muy delimitados y tradicionales, me temo, y nos olvidamos de otros muchos que son trascendentales en su desarrollo personal. Y lo mismo que deseamos y queremos que tengan a su alcance la mejor formación educativa, la mejor sanidad posible o que se alimenten de la manera más saludable, no debemos renunciar a que tengan acceso a una cultura de calidad, en cualquiera de sus manifestaciones. Y por tal motivo, no quiero que escuchen, por ejemplo, reguetón, y no solo porque musicalmente sea un infamia, que lo es, relacionar a la música con esa cosa ya me parece ofensivo, es que además la mayoría de sus letras deberían estar en el juzgado, por alentar la desigualdad entre hombres y mujeres, con demasiada frecuencia, o por incitar a la violencia de género, en determinados casos. Y no quiero eso para mis hijos, como no quiero... sigue leyendo en El Día de Córdoba

lunes, 28 de noviembre de 2016

HACER FRENTE A LA VIOLENCIA DE GÉNERO



No es agradable volver a escribir sobre violencia de género a finales de noviembre, un mes de noviembre más, porque eso supone que más mujeres han sido asesinadas en lo que va de año. 40 mujeres asesinadas. Y comencemos por el correcto uso de las palabras. No muertas o fallecidas, no, la palabra correcta es asesinadas. Y es que me temo que el lenguaje es muy importante en todo lo concerniente a la violencia de género. Hablemos con claridad y, sobre todo, empleemos las palabras y, muy especialmente, los verbos correctamente. Durante siglos, sí, siglos, la palabra, verbo, que acompañó a la violencia de género fue el de aceptar, ya que se entendía que formaba parte de la normalidad en las relaciones entre hombres y mujeres. Era normal que sucediera, y sucedía, con total impunidad, además de vivir en el ostracismo, completamente invisibilizadas, tan solo empleadas en la crianza y cuidado de sus familias, las mujeres eran maltratadas con absoluta normalidad. Los tiempos cambiaron, pasaron los siglos, muchos, situémonos en el Siglo XX, y el maltrato de las mujeres por parte de los hombres comenzó a ser “mal visto”, al menos públicamente, aunque eso no supuso que cesase. Hubo un cambió de verbos, simplemente, y la sociedad en su conjunto ignoró, olvidó, escondió o eludió la violencia de género. Todos sabían que esa mujer que aparecía con un ojo morado en la panadería explicando que se había dado con el pomo de una puerta estaba mintiendo y que en realidad había recibido una paliza por parte de su marido. A la vergüenza por lo que le había sucedido se le unía la vergüenza por lo que los demás sabían. El reconocimiento de la violencia hacia las mujeres derivó en una sospecha continua hacia las mismas, y comenzó a extenderse el repugnante “algo habrá hecho”, y también empezó a elaborarse esa irracional teoría, mil veces cantada, que relacionaba los celos, la posesión y la violencia con el amor. Y nada puede estar más lejos del amor.
Es mérito de las mujeres, esas mujeres valientes y osadas que se atrevieron a hablar y a reivindicar el feminismo a finales de los año setenta, el que comenzara a denunciarse la violencia de género, aunque siguiera sin denominarse de esa manera. Pero esas misteriosas muertes de mujeres, se culpaba con frecuencia a los celos, qué cosas, comenzaron a calificarse como lo que realmente son: asesinatos. Tuvimos que esperar a los años noventa, a la IV Conferencia Mundial sobre la Mujer en Beijing, en 1995, para escuchar la definición, que terminó de ser acuñada y extendida por la ONU unos años después, en 1999. Fecha desde la cual el 25 de noviembre, en buena parte del mundo, todavía hay países en los que la violencia contra las mujeres es una práctica habitual y permitida, se conmemora el Día Internacional Contra la Violencia de Género. Un día en el que todos, la sociedad en su conjunto, deberíamos avergonzarnos cuando volvemos a escuchar esas cifras que son sencillamente aterradoras. Cifras que, tras cada número, esconden decenas de historias de miedo, sumisión, salvajismo, maltrato y violencia. Y muerte.
Avanzamos cuando hace unos años comenzamos a denunciar y a repudiar públicamente la violencia de género. Le sacamos una tarjeta roja. Y gracias a eso, porque ya no se sintieron tan solas, muchas mujeres se atrevieron a denunciar la pesadilla en la que se había transformado sus vidas. Avanzamos, sí, pero hay que dar un paso más, que tal vez sea el definitivo... sigue leyendo en El Día de Córdoba

martes, 22 de noviembre de 2016

LA POBREZA INVISIBLE

Quisimos que el verano se fuera para siempre, para no volver nunca jamás, y que llegara cuanto antes el invierno, este invierno. A estas alturas ya damos por hecho que el otoño es una estación que se aprende en los colegios, una estampa de postal melancólica, una metáfora y poco más, ya que climáticamente dejó de ser. Desde que recuerdo he detestado el invierno, y lo sigo detestando. Y tengo la impresión de que en los últimos años, en estos años de vacas flacas, cristales rotos, deudas por pagar y miseria a esportones, lo detesto, lo odio, más si cabe. Estos tiempos feos e insanos han fabricado un interminable catálogo de términos con apariencia seudotécnica, pero que albergan en sus interiores realidades tan ingratas como injustas. Uno de esos términos, y que han contribuido a cincelar con más fuerza mi desprecio por el invierno, es el de pobreza energética, algo de lo que hablamos, y mucho, en los últimos días. Y es que el termómetro ha bajado considerablemente y llega un momento en el que las mantas y el tintineo de dientes dejan de surtir efecto. Porque hay quien no tiene para poder conectar un brasero a la corriente eléctrica o para comprar una bombona de gas con la que alimentar una estufa. Como hay quien no tiene para una caja de leche o para un trozo de pan. Familias que ya no recuerdan el sabor de la fruta o de la carne. Familias que no pueden pagar la hipoteca de su casa o un alquiler o una noche en una pensión. Está pasando, tal cual. Cada mañana nos cuentan nuevos casos. Ancianos que, como en la Edad Media, han vuelto a vivir entre velas y candiles, que incluso llegan a utilizar como calefacción, acercando sus manos en la oscuridad. No nos cuesta reproducir mentalmente esta escena, dantesca, que creíamos de esos tiempos con olor a naftalina y mañanas de anís seco. Esos tiempos que creíamos olvidados, perdidos para siempre, y que han vuelto, están, son. Esa realidad de la que parece no querer acordarse la macroeconomía y esas cifras fabulosas, que nos señalan las puertas del paraíso.
Y no son casos aislados, hablamos de millones de personas. Más de los que nosotros mismos podamos llegar a imaginar. Porque esta interminable crisis que ya dura más de la cuenta, ha creado un sector poblacional que es tan difícil de detectar y que bien podríamos definir como la pobreza invisible. Conviven entre nosotros, porque a duras penas han conseguido mantener esa vivienda que tanto y tanto trabajo les costó adquirir. Hasta puede que conserven ese automóvil de gama alta que fue la envidia del garaje comunitario cuando entró por primera vez. No lo han vendido porque ya se ha devaluado y no conseguirían gran cosa y, de momento, lo pueden seguir utilizando. Pasan a nuestro lado y no... sigue leyendo en El Día de Córdoba

martes, 15 de noviembre de 2016

LA AMÉRICA DESOLADA


Escribo desde el estupor, el rubor, el escepticismo y casi desde la desolación. Escribo con el mismo gesto, de miedo, de pena, de tristeza y hasta de terror que puedo ver en todos los memes protagonizados por la Estatua de la Libertad. Y es que ha ganado Trump las elecciones, sí, Trump, y aunque nos pille muy lejos, aunque no sepamos situar en el mapa a Montana o Nebraska, América, de un modo u otro, desde la indefinición o desde la globalidad, metafóricamente incluso, somos todos. Y con el triunfo de Trump, tengámoslo muy claro,  perdemos todos. Yo, al menos, miro hacia el cielo y me siento más inseguro, más frágil, que ayer. Por eso trato de reponerme y pensar que solo ha sido un accidente, que todo se solucionará, que de cien elecciones a las que se hubiera presentado solo habría ganado está, la verdadera, pero todas estas excusas no llegan ni a la categoría de placebo. Abramos los ojos y contemplemos la realidad. Analicemos el resultado de las elecciones de nuestro país, el triunfo del Brexit, el No al proceso de paz en Colombia; analicemos el resurgir de esa Europa infame y virulenta de la primera mitad del Siglo XX y que tan bien representan Le Pen, Berlusconi y demás fauna. La gangrena se extiende por Europa en el preciso momento en que Europa es más necesaria, ya que debe tomar cartas en el asunto y desempeñar un papel central, de equilibrista, de estabilizador, ante tal cantidad de extremos que tratan de imponerse al resto. Europa, gracias a Trump, o como antídoto de Trump, debe representar su papel de litio en el orden mundial y ofrecer cordura y estabilidad. Un punto intermedio, donde la razón y la justicia se encuentren.
Todos los que predijeron el hundimiento de Rajoy, el triunfo de Rivera, la hegemonía de Sánchez o las conquistas celestiales de Iglesias, y que también predijeron el triunfo de Clinton, porque todos los analistas, reputados o no, lo predijeron, ahora comentan, sin ningún pudor, que la victoria de Trump era una posibilidad que nunca desdeñaron. Ahora, sí, ahora. Desde aquí, cuesta entender el triunfo de Trump, y eso que hemos contemplando y leído a sus votantes desde ya hace mucho mucho tiempo. En la América pantanosa y colmada de secretos y recelos de True Detective, en la América ambiciosa hasta el desfallecimiento de Casino o Uno de los nuestros. No nos olvidemos de House of cards, tan comentada y comparada nada más conocerse el resultado. Se ha quedado en La casa de la pradera, me temo. La hemos leído en esas familias desgarradas y masacradas que tan bien nos mostró Raymond Carver... sigue leyendo en El Día de Córdoba.

martes, 1 de noviembre de 2016

LOS AMANTES ANÓNIMOS

Sí, voy a hablar de mi libro, como el ilustre y maravilloso escritor vallisoletano. Sin pudor, ni rubor, le ruego que no me lo tome en cuenta, me apetece y lo necesito. Comencé a escribir Los amantes anónimos, que en un par de días llega a las librerías –instante publicidad para nada subliminal-, en un momento muy jodido de mi vida. Me asomaba a la ventana y lo único que me salía era contar lo jodido que estaba, con pelos y señales. Un canto a lo jodido. Y durante unos días estuve así, hurgando en la herida, arrancándome la costra una y otra vez, como si necesitara sentir el dolor en cada momento. Por suerte, una mañana, recuerdo que lucía un sol intenso y arrebatador, descubrí que la historia que quería contar la tenía al otro lado de la ventana. Estaba allí, sí, esperándome. Tal vez dispuesta para salvarme. Siempre he mantenido y pretendido no repetirme, no ser ese tipo de escritor que se pasa la vida ofreciendo la misma novela, una vez y otra. Del mismo modo, siempre he mantenido y pretendido fusionar género y Literatura. No hay géneros mayores o menores, y sí hay buena o mala Literatura. Sobre Los amantes anónimos habrá quien hable de novela negra, de novela criminal, de suspense, de intriga, también de thriller, que yo mismo comparto, y también supongo que hablarán mucho de homenajes, que confieso yo, de antemano. Sí, Los amantes anónimos es un homenaje a todas esas series de televisión, películas y libros que me han fascinado, y por eso habrá quien encuentre a Seven, a El silencio de los corderos, a Breaking Bad, a True detectives, a Fargo, a La Isla Mínima, a Fincher, Hitchcock y a Jarmusch, a Stieg Larsson, a Perdidos, a El Mentalista, a Mankell, a Dexter, a CSI, a Castle, a Holmes y Watson o a Vázquez Montalbán, y me detengo ya porque la lista podría ocupar todo este artículo. Y es que siempre he mantenido y pretendido ofrecer novelas actuales, contemporáneas, convencido de que la Literatura debe evolucionar a la misma velocidad y en la misma dirección que lo hace la sociedad y, por tanto, todas las manifestaciones culturales que la representan.
Los amantes anónimos es, en realidad, tanto en estructura como argumentalmente, una serie de televisión que he narrado o literaturizado, escoja el verbo. Yo la he visto en mi cabeza, episodio a episodio, capítulo a capítulo. Y como si se tratara de una serie, Los amantes anónimos es una temporada completa. Aprovecho para adelantar la primera exclusiva: no se trata de la primera temporada, tampoco del episodio piloto, y hasta aquí puedo leer. Y es que Carmen Puerto, la inspectora de policía que protagoniza la historia, ha llegado para quedarse. Desde que la conocí, o desde que se coló en mi cabeza, para ser más preciso, he tenido muy claro que se trata de uno de esos personajes que marcan y definen una trayectoria literaria. Permanentemente malhumorada, inteligente, bella a su manera, perspicaz, intuitiva, quisquillosa, ácida, fantasiosa, culta, brillante, locuaz, son algunos de los pocos adjetivos que puedo desvelar sobre Carmen Puerto, ya que prefiero reservar en la recámara de la lectura aquellos que mejor la definen. Es complicada, sí, mucho, Carmen es muy compleja, poliédrica, celestial e infernal al mismo tiempo, principio y fin, y yo qué sé cuántas cosas más, pero por todo eso o a pesar de todo eso me ha cautivado –y espero que a usted también lo haga.

Nunca he relacionado la narrativa, escribir, con un acto molesto, doloroso y todas esas cosas que se dicen y que por suerte no he padecido nunca, pero es que en el caso concreto de Los amantes anónimos me atrevería a hablar de fiesta permanente. De juerga. Ese tiempo jodido que comentaba al principio desapareció por arte de magia. Lo he pasado realmente bien, he disfrutado cada página como hacía tiempo que no me sucedía. Otra vez, y hasta límites que no me atrevo a contar por no ofrecer una imagen esquizoide de mí mismo, he convivido con los personajes de la novela, especialmente con Carmen Puerto. Carmen, puñetera, a pesar de tus excentricidades, a pesar de esos arranques tuyos tan avinagrados, quiero que sigas a mi lado. Necesito volver a sentir toda esa energía que me has regalado.

sábado, 29 de octubre de 2016

CANTOS RODADOS

Debo de reconocer que me encantan los debates y hasta las trifulcas culturales, o culturetas, según el tono y modo que se adopten, ya sean públicas o privadas. Con mis amigos, por ejemplo, discuto sobre el mejor disco de The Cure, que pronto veremos en directo, sobre si Jarmusch evoluciona o se autogestiona, sobre los últimos trabajos, por llamarlos de algún modo, de Calamaro o sobre tal y cual libro o autor, sobre esas maravillosas series que devoramos, asuntos de temporada, y así todo. Supongo que son asuntos que importan poco, que no son prime time, pero que a mí y por suerte a muchísimos más, más de los que pensamos, nos importan, ya que forman parte de nuestras vidas. Somos legión, sí. Y es que yo no imagino una vida sin libros, sin canciones, sin películas. Me temo que tendría que calificarla de otro modo y que, como poco, sería mucho más aburrida y también tengo claro que mucho, muchísimo, más triste. Una vida con muy pocas vidas, o algo así. Por eso, me encanta, y disfruto, cada vez que las discusiones culturales escapan del ámbito de lo privado y alcanzan la notoriedad de lo público. Recientemente, Arturo Rico y Paco Pérez, o tal vez se traten de Paco Cervantes y Arturo Alatriste, se han liado a mamporros verbales por unos dineros, el mal uso del lenguaje de género o el ego de cada cual, escoja usted la respuesta que más le satisfaga. Egocentrista, dijo Moreno Bonilla, otro gran precursor de nuestro idioma. Casi retransmitida por entregas, los académicos de la Lengua han salvamizado tan insigne institución mostrándola bronca y desmedida, por momentos, aunque también más humana, a pesar de sus giros quijotescos y sus oratorias de otro tiempo. Acabaremos dándoles las gracias, pioneros a su estilo.
Aunque la gran polémica –cultural- de los últimos tiempos la encontramos en Suecia, ni más ni menos, con la reciente concesión del Premio Nobel de Literatura a Bob Dylan. ¡¿Bob Dylan?! Lluvia de críticas, memes, comparaciones y reflexiones de todos los colores y tamaños, para todos los gustos, del vinagre más avinagrado a la mermelada de frambuesa. Es curioso, que esta controversia, esta disputa no tuviera lugar cuando los premiados fueron Harold Pinter y el recientemente fallecido Darío Fo. Que levante la mano quien tenga libros de estos autores en casa y que, encima, los haya leído. El mismísimo Richard Ford, que por obra y talento lo merece, se preguntaba el otro día en Oviedo que si lo de Dylan no es Literatura, ¿qué lo es? Todo y nada. Entro en la discusión, pero desde el plano de que hay autores que lo merecen más que Dylan. O sea, por motivos puramente literarios, porque yo sí considero que es Literatura –musicada, pero Literatura- lo que nos ofrece. Hablemos de Pynchon, volvamos a Ford, Roth por supuesto, incluso de Auster, pero no tanto de Murakami, por mucho que las casas de apuesta lo alienten. Mantengo una relación bipolar con el autor japonés, lo aborrezco y lo admiro al mismo tiempo, como consecuencia de lo que considero una obra excesivamente irregular, sin uniformidad. Aunque hay que agradecerle, como a tantas otros autores, que por moda o por lo que sea haya empujado a la lectura a miles de nuevos lectores. Con tiempo, suerte y otras lecturas superarán la enfermedad.

A mí, particularmente, lo que más me alegra del Premio Nobel a Dylan es el reconocimiento expreso que se realiza por parte de la Academia Sueca, buque insignia de eso que nos presentan como “alta cultura”, del Rock como una expresión cultural más. Sí, que el Rock es cultura, claro que sí. Ya era hora, sí, ¡ya era hora! Ha costado, pero lo hemos conseguido. Hay que entenderlo como una constante en la Historia del Arte, tardamos, tardan los eruditos, en aceptar y asimilar las nuevas tendencias. Por esa regla de tres, Rubén Blades podría ganar el Cervantes, me preguntaron con sorna. Pues claro que sí, y hasta el Nobel, que también se premia la Literatura en español, acuérdese usted de Cela y Vargas Llosa, respondí. Parece que, tal y como canta Dylan en su mítica canción, todo se consigue si resistimos, si aguantamos, como un canto rodado. Pues vamos a ello, como salmones contra la corriente.

lunes, 17 de octubre de 2016

MANADA


Todavía no sé si es manada de animales, manada de cerdos, manada de sanguijuelas, manada de mierdas, manada de canallas o manada de cobardes, o un resumen de todo lo anterior, que también. Un poco mucho de todo. Piara puede que fuera mucho más apropiado, más explícito y concreto. Pero ellos optaron por manada, así que respetemos la nomenclatura, aunque estos sujetos no se merecen ningún tipo de respeto, ninguno. Lo que no me cabe duda es que se trata de una manada de delincuentes a los que les deseo una larga y penosa temporada en la cárcel, si las suposiciones y sospechas se confirman. El desgraciadamente ya popular grupo de WhatsApp denominado manada lo conformaban cinco individuos, algunos de ellos miembros de las fuerzas de seguridad del Estado -¿gente así vela por nosotros? ¡Miedo, pánico!-, que, según apuntan las pruebas encontradas hasta el momento, se dedicaban a drogar a mujeres a las que obligaban a realizar prácticas sexuales con todos los integrantes de la panda. Prácticas que estos sujetos, la verdad es que me cuesta calificarlos de este modo, grababan con sus teléfonos móviles, para luego compartir en su celebre grupo de WhatsApp. Grabaciones que les gustaba mantener en el tiempo, a modo de videoteca del horror y de la infamia, ellos supongo que por “hombría”, y que ha posibilitado descubrir que la violación colectiva perpetrada a una chica en Pamplona, durante la última fiesta de San Fermín, no es la única. El registro de los smartphones de los acusados ha mostrado una más que posible violación, similar en guión a la segunda, en la provincia de Córdoba, en la localidad de Pozoblanco, concretamente.
La historia es desoladora, repugnante, asquerosa, pero aún más que a la chica de Pozoblanco, supuestamente, nadie la creyese cuando decidió denunciar los hechos. Una situación que a mí, particularmente, me retrotrae a esa España funesta e impúdica, donde el cura y el sargento de la Guardia Civil eran las máximas autoridades y algo más. La moral. Esas autoridades intachables de las que nadie podía dudar lo más mínimo, por encima del mal y el bien. Parece que, en cierto modo, sigue siendo así, desgraciadamente, y es que ese “franquismo sociológico” que en más de una ocasión he mencionado y denunciado sigue estando muy presente en nuestra sociedad. Sin pretender comparar los casos, porque son incomparables, otra grabación de contenido sexual registrada por un teléfono móvil ha sido muy comentada en los últimos días. Como si tuvieran que superar esa leyenda que se le adjudica al torero Luis Miguel Dominguín tras supuestamente haber mantenido relaciones íntimas con las actriz Ava Gadner, a dónde vas, a contarlo... sigue leyendo en El Día de Córdoba

martes, 11 de octubre de 2016

CULTURA, ESA PALABRA


A este paso, todos los que nos dedicamos a esa cosa de las letras, de los cuadros, de las películas, ya saben ustedes de lo que les hablo, esos que hacemos cosas para entretener a la gente, con novelas, poemas, conciertos o edificios, acabaremos siendo una especie en extinción y como los últimos bisontes europeos acabaremos en un refugio. Por un módico precio, y hasta puede que gratis, ya puestos, se nos podrá contemplar, que no admirar, feos y deformados de puro aburrimiento, contagiados de rutina e ignorancia, desde la distancia, a través de un grueso cristal. Aislados, que no protegidos, no confundamos los términos. Vaya que nos reproduzcamos o, peor aún, que contagiemos al resto de la sociedad, con lo que ha costado domesticarla y encauzarla por el buen camino. Hasta puede que acabemos como los bisontes de la reserva valenciana de Valdeserrillas, envenenados y decapitados. Llevado al extremo el infalible método de Walking Dead para impedir la propagación de la pandemia zombi. Las palabras de Lorca, reivindicando pan y libros en la inauguración de la biblioteca de su pueblo natal, Fuente Vaqueros, se difuminaron en la sibilina sonrisa de Wert, antes de perderse en asuntos de Estado en su prejubilación parisina de alto standing. En la capital francesa, entre cruasanes y queso azul, entre paseos por Montmartre y largas lecturas de Le Monde, disfruta de esa cosa que hacemos los que escribimos libros, o filmamos películas o pintamos cuadros, porque allí, a pesar de haber tenido y padecido una crisis económica similar, con su paro y sus impuestos, la palabra Cultura sigue existiendo. Aquí, en España, ya no.
Tras dejarla sin presupuesto, primero, a continuación procedieron a vaciarla de significado. ¿A quién le interesa? Termina la faena ese ministro de la cosa con sonoridad y estética aristocrática, que por algo es el noveno Barón de Claret, llamado Méndez de Vigo, que junto al inefable Montoro, emperador primero del asutericidio en primer grado, ejecutando la demolición de la cosa, con soltura y eficiencia, mientras el confeti se desparrama en la entrada de la Audiencia Nacional. Y es que compraron tantos y tantos kilos, Mato y su ex, el señor del Jaguar, que aún siguen alfombrando de confeti por donde pasan. Una primera estimación señala que los señores, personajes, damas y maleantes implicados en la conocida trama Gürtel se embolsaron más de mil millones de dinero público. Así, grosso modo, que ahí no está contabilizada la chatarrilla, los dame veinte mil euros por una campañita a cambio de una licencia y los prepara un seis por ciento si te quieres quedar con esa obra, no, hablamos de las grandes cifras. Retomo a Lorca, ese poeta que sigue mal enterrad... sigue leyendo en El Día de Córdoba

martes, 4 de octubre de 2016

PAREJAS TELEVISIVAS

¿Cuáles son los límites de la televisión o de determinados programas de televisión? ¿Sigue siendo "nutritiva", como proclamaba Aviador DRO, o ha pasado a ser destructiva? ¿A qué es debido esta abundancia?


Jamás podría haber imaginado Cupido que su profesión alcanzara tal dimensión, hasta el punto de convertirse en el entretenimiento favorito de millones de telespectadores. Las flechas se han transformado en ondas. Cosas que pasan, quién lo diría. San Valentín, ese santo envuelto entre corazones y cajas de bombones, dejará de tener sentido a este paso, para qué dedicar una fecha concreta al amor si el amor, o lo que sea eso, se ha colado en el prime time de nuestra rutina diaria. De la mañana a la noche. La mismísima Celestina ve peligrar su apodo, su trono, su definición, y es que los locutores de camisas horripilantes y peinados estratosféricos la cuestionan cada día, al otro lado del mando a distancia. Ni a los grandes clásicos se respeta ya. Si uno se asoma a la parrilla televisiva que las diferentes cadenas nos ofrecen cada día puede descubrir, sin necesidad de adentrarse en la jungla, que los programas cuyo fin es el que dos personas, normalmente de sexos opuestos, se emparejen abundan y proliferan como champiñones en un sótano. Y si además de tirar tejos, flirteo, ligoteo o como se llame eso, la palabra seducción me parece muy lejana en estos casos, hay greña, insultos, discusión tampoco es una palabra adecuada, me temo, mejor que mejor. Más gusta, más nos gusta, más audiencia, más tuits, más de todo, contratos, portadas –con o sin ropa-, más salas vips, cinco minutos de popularidad, que no de gloria, salvo que la gloria habite ahora en las entrañas del infierno.
Los programas a los que me refiero, no le voy dedicar espacio –ni tiempo- a recapitularlos, ya sabemos todos de lo que hablamos, aparte de horripilantes en estética, decorados, vestuarios, primarios en ideas, sin apenas guión, muy pobres en todos los sentidos, tengamos en cuenta que se tratan de programas de saldo, muy baratos de producir, si se comparan con cualquier otra producción televisiva, ofrecen, vitorean, encumbran una serie de comportamientos, modelos y situaciones que en ningún caso podemos entender como ni remotamente positivos, sino todo lo contrario. En primer lugar, en esos programas lo que tradicionalmente hemos conocido como educación se convierte o pasa a ser algo, cómo explicarlo, de escaso valor, o mejor, de ningún valor, porque no es que se devalúe, es que, simplemente, no existe. Y si a la mala o nula educación le sumamos que son programas que exhiben, y se vanaglorian de hacerlo, un machismo tan atroz como casposo, pues más motivos para reconciliarse o iniciarse en la lectura, entregarse a la cría de periquitos malayos o simplemente charlar con su pareja, familia o amigos. Cada día estoy más convencido de que la televisión debería contar con un código deontológico, de buenas prácticas, que exigiese un mínimo de calidad, y que el espacio o cadena que lo incumpliese pudiera ser sancionado y, por supuesto, no ser exhibido el producto denunciado. ¿El fin de la televisión? Me temo que esa frontera, la de la calidad y la ética en la televisión, hace tiempo que quedó muy atrás, y que regresar a la senda de lo razonable es una tarea que se me antoja más que complicada.
Pero el aspecto más nocivo... sigue leyendo en El Día de Córdoba

martes, 20 de septiembre de 2016

NO ESCAPARÁS (DE LA POESÍA)


Me sorprendió, como a casi todos, la lluvia de los pasados días, aunque más me sorprendió y alegró el descenso de temperatura. Bendita rebequita y bendita sábana mañanera. Cuando me crucé con los primeros paraguas no pude evitar recordar que Cosmopoética se acercaba. De hecho, ya está aquí, esta misma semana comienza. Solo faltó el bombín, ninguno a la vista, pero aún así yo pude imaginar a Hugo Ball escribiendo como poseso en mitad de la Corredera, donde ha instalado su Cabaret Voltaire, y los poemas caían del cielo, como una torrencial lluvia de palabras e imágenes. Sí, el señor del paraguas, afortunadamente, vuelve a recorrer las calles de Córdoba un otoño más. Y debemos celebrarlo y también entenderlo, muy especialmente en estos tiempos que se han empeñado en justificar que la Cultura, en cualquiera de sus manifestaciones, es eso que atenta contra la austeridad y la economía –su modelo de economía, claro-, como un acto de redención, casi de rebelión contra todo aquello y aquellos que quieren convertir nuestras vidas en una tabla de Excel. Y hay vida más allá del Ibex35. Cosmopoética alcanza las trece ediciones, hablamos de un evento perfectamente establecido en el calendario, referencia literaria y cultural en la agenda nacional. Pero esa consolidación, ser esa referencia, como el torero que se juega la temporada en una tarde, ha de ganarse cada año. Refugiarse en el pasado, adocenarse, dejarse llevar siempre es un mal plan; pésimo, suicida, si hablamos de cultura, que es un elemento vivo, en permanente evolución. A priori, examinada con detalle la amplísima y variada programación, tengo la impresión de que Cosmopoética, un año más, no nos defraudará, que incluso nos emocionará y sorprenderá, y que no dudaremos en dejarnos atrapar por la poesía.
Entiendo como un acierto que la gestión, tanto técnica como creativa, de Cosmopoética haya cambiado de manos a lo largo de los años. La cultura requiere y exige diferentes visiones, distintos alientos y propuestas. No escondo que conozco a la perfección a los responsables de la próxima edición, Joaquín Dobladez y Nacho Montoto han trascendido la frontera de la amistad para instalarse en la fraternidad. Les puedo asegurar que este hecho, y ellos lo saben, no supone un cheque en blanco para el elogio almibarado e incoherente, todo lo contrario, más aumentos coloco en la lupa. Tuve la oportunidad de trabajar con Joaquín muchos años y sé de su sensibilidad hacia la cultura. De hecho, nunca ocultó su predilección, y a él le debemos muchísimas expresiones, fusiones y eventos culturales que hoy ya están normalizados en nuestra ciudad. No solo le debemos Eutopía, que es su criatura más evidente, tengamos en cuenta que, junto... sigue leyendo en El Día de Córdoba

martes, 13 de septiembre de 2016

LA VIDA EN EL RETROVISOR


Tengo amigos que se pasan las horas en Internet buscando esas legendarias bicicletas de los ochenta que reinaban en las calles de nuestra juventud. Esas bicicletas que contaban con nombre propio como el caballo del Cid, antes de que llegaran las grandes superficies e impusieran el anonimato. Bicicletas, en la mayoría de las ocasiones, con mecanismos y materiales más arcaicos y rudimentarios que los empleados en la actualidad, más incómodas y pesadas. Y más caras, mucho más caras si uno se detiene un instante a establecer la lógica relación entre dinero y tiempo. Haga las cuentas. Yo mismo me he sorprendido rastreando en la Red a la caza de una Motoretta, que era la aristocracia de las bicicletas de mi juventud, un sueño imposible para la economía familiar. Un bici elefantina y armatoste, poco manejable, como la mayoría de todas esas bicicletas que tratamos de recuperar del pasado. Es cierto, en todo lo cuantificable, en todo lo analizable y comparable materialmente, y sin tener en cuenta los criterios estéticos –ahora son bastantes más feas-, es absurdo comprar una bicicleta con veinte o treinta años de antigüedad si no es para ponerla en un escaparate o como mero elemento decorativo. Bicicletas, automóviles, videoconsolas o equipos de sonido, da igual. Afortunada o desgraciadamente, para gustos colores, no siempre acudimos a la lógica, a la razón y a lo cuantificable a la hora de tomar nuestras decisiones. En la moda también nos seducen, o tal vez sería mejor decir: colman nuestros deseos, con modelos e imágenes de aquellos años ochenta y noventa que tenemos tan idealizados y que con bastante probabilidad no fueran para tanto. Eso sí, nosotros éramos más jóvenes, muchísimo más jóvenes, asquerosa e insultantemente jóvenes, unos primerizos en todos los sentidos y aspectos. Y cuando recuperamos camisetas, macutos, automóviles, discos, artilugios varios, películas, libros, anuncios o bicicletas de aquellos años puede que, de un modo que nos cuesta entender o que, simplemente, no queremos explicar, llegamos a creer, no sé si a sentir, que volvemos a ser esos jovencitos que un día fuimos. Y no, conjuguemos el verbo en presente, como poco.
No es de extrañar el furor, el éxito arrollador y contagioso, de Stranger Things, la serie de televisión que ha cautivado a millones de espectadores en este interminable verano que ya dura más de lo que nuestros cuerpos y aires acondicionados están dispuestos a resistir. El sueño de las compañías eléctricas, para desgracia de nuestras cuentas corrientes. Calores aparte, que es un tema cansino, calino e insomne, Stranger Thing... sigue leyendo en El Día de Córdoba

martes, 6 de septiembre de 2016

SEGUIMOS

Seguir, arrancar, resetear, cambiar, reciclar, evolucionar, continuar, regresar, comenzar... escoge el verbo...

Aparte de mí esas tentaciones, que estoy entregado a la piña y al pollo, a la lechuga y a la zanahoria, que ha llegado septiembre, vengador de ese agosto tentador y peligroso, y necesitamos soltar lastre, esos flotadores que nos muestran nuevas gravedades y dimensiones. Entre 3 y 5 kilos de más, señala la estadística. Ya estamos de vuelta, mental y geográficamente, regresamos para contarlo o/y para seguir, no sé si en lo mismo o en algo parecido, pruebe y cuénteme cómo le va –parece el estribillo de una canción-. Sicología aplicada a la mercadotecnia, septiembre y sus mil coleccionables posibles, de los vestidos de Heidi a las pelucas de María Antonieta, sin olvidarnos de los turismos de los 60 y las estampitas de la Liga. La teoría nos dice que septiembre es una época de inicio, de afrontar nuevos retos, de reciclarnos, de actualizarnos, de resetearnos, pero cuántas palabras para decir –casi- lo mismo. Rajoy no se ha aplicado ninguno de los términos, que se plantó ante su posible investidura con la desgana de un futbolista español de 36 años en la liga qatarí. Dando por hecho el fracaso, el no, pero es que su gurú particular, ese oráculo de la derecha apellidado Arriola ya habrá hecho sus cuentas. Aznar, el que nos metió en una guerra ilegal, ese presidente español del que reniegan hasta sus propios afines, incluso los que más jalearon su nombre en aquellos mítines pagados con vergüenzas en la plaza de toros de Valencia, se batió el bronce y supo y pudo conseguir el abrazo de los nacionalistas vacos y catalanes. Y aprendió a hablar catalán en la intimidad y hasta se inventó nuevas definiciones para el terrorismo etarra, pero lo intentó y lo consiguió. Nos guste o no, se lo curró y llegó a ser presidente gracias a eso. Rajoy sigue sin querer hacer nada, fumar puros y escuchar a Arriola, que es su cantante de boleros preferido, esos son sus grandes esfuerzos. O sea, seguimos con el mismo presidente, porque ya sea en funciones, en defunciones, en excedencia o por lo que sea, sigue siendo el que manda, o el que parece que manda, que viene a ser lo mismo.
Llegamos a septiembre y nos preguntamos cómo pudimos recorrer varios kilómetros tras unos Pokémon. Cazaré Pokémons por ti, declaración de amor 2.0. Llegamos a septiembre y nos preguntamos cómo pudimos pasarnos varias horas frente al televisor viendo un partido de badminton, una carrera de mountain bike o una competición de tiro con arco. Y nos respondemos que a nosotros nos gusta el deporte, todo el deporte, más allá del fútbol, aunque solo nos sepamos la alineación de nuestro equipo y pasamos de largo las hojas y los minutos deportivos que no están protagonizados por el fútbol. O sea, nos tragamos todas las Olimpiadas hasta que llegó el fútbol, que sigue siendo el Rey Sol en el universo del entretenimiento... sigue leyendo en El Día de Córdoba

domingo, 7 de agosto de 2016

BIOGRAFÍA AUTORIZADA EN LA PLAYA DE MAZAGÓN (12 DE AGOSTO)




¿Todavía no has asistido a una presentación de Biografía Autorizada? ¿No? Pues tienes una gran oportunidad, única e irrepetible. Playa, salitre, atardecer, vistas, bruma, Atlántico, música, espuma, qué más pedir. ¡¡No te lo pierdas!! Como decía aquella coplilla: Será maravilloso!!



Te espero el próximo viernes, 12 de agosto, a las 21 h., en el Restaurante Las Dunas (Avda. Conquistadores, 178), en la Playa de Mazagón (Huelva).



Acto organizado por La Taberna del Libro, de Moguer, y el Centro Andaluz de las Letras
Blog de La Taberna del Libro

martes, 2 de agosto de 2016

MANUEL VERSUS RAFAEL


Como Pessoa, ando sumido en el desasosiego desde que leí, en este mismo periódico, que Rafael ya no es el nombre favorito de los cordobeses para sus nuevos retoños. ¿La Maldición de los Maya era esto? ¿Una irracional consecuencia del agujero en la capa de Ozono? ¿La venganza de Jordi Hurtado por burlarnos de su televisiva longevidad? Alguien me tiene que explicar esto, que no podría haber imaginado ni en la peor de las pesadillas. Que alguien me lo explique, por favor, que alguien pare esto, que el mundo se desmorona a mi alrededor, como en una canción mala. Y que conste, y hago constar, no eximo mi culpa, que yo no cumplí con esta tradición a la hora de escoger nombre para mi hijo, espero que el cordobesismo más esencial y tradicional no me lo tenga en cuenta y perdone esta afrenta. Es un tema profundo, de calado, no lo dude. Y en esta semana que Córdoba ha sido capital del mundo mundial del debate, por el evento universitario que hemos acogido, debería haber utilizado como gran tema de discusión esto mismo, que Rafael ya no es el nombre favorito de los cordobeses. Mucho más importante que Pokemon, faltaría más. Y lo que me parece más alucinante, teniendo en cuenta que la noticia se encuentra en la cúspide de lo absolutamente alucinante, es que Rafael haya sido desbancado por Manuel, que si bien es un nombre de los “de toda la vida”, bonito, corto, concreto, pero al que no le hallo la relación con Córdoba. ¡No lo hallo, no me hallo! Habrá que investigar, porque lo que tengo claro es que esto no puede quedar así, necesita de su poquita de reflexión y pensar y repensar lo sucedido. Porque lo sucedido tiene su miga, sí, téngalo claro, porque se empieza por esto y se acaban admitiendo los flamenquines de jamon york, el salmorejo de supermercado (sin huevo duro y su poquito de jamón picado), los caracoles con salsa barbacoa, el tinto de verano como bebida cordobesa, las torrijas con miel y los peroles sin magro y sin vino de Montilla, y el que avisa no es traidor. Que se empieza admitiendo una cosa, y se acaba celebrando San Fermín como si lo lleváramos haciendo doscientos años.
Debo de reconocer que me encantan estas noticias que nos lanzan cada año en referencia a los nombres que escogemos para nuestros hijos y que no hacen más que dejar constancia de la realidad social por la que atravesamos, nos guste o no. Y así descubrimos que Serrat ha “bautizado” a miles de niñas en nuestro país, ya que la avalancha de Lucías se la debemos al genial cantautor. Curiosamente, décadas atrás los Víctor Manuel y las Anas Belén fueron tendencia, cuando la pareja de cantantes estaban... sigue leyendo en El Día de Córdoba

lunes, 25 de julio de 2016

ASÍ QUE PASEN LOS AÑOS


Pasan los años, soplo las velas que el viento empuja y me zambullo en la ternura de las redes sociales, que también pueden ser tiernas cuando el time lime de la emoción despierta. Vaya cómo he empezado hoy, intuyo frenada para no derrapar en las curvas. Pasan los años, todavía no pesan, y mi capacidad de sorpresa sigue y prosigue intacta, como recién encalada, como mantenida en lejía, blanca y reluciente. Me sigo sorprendiendo de casi todo, o de mucho, y yo no sé si eso es una virtud o que la locura de este mundo sigue creciendo, ya fuera de control, ha traspasado los límites más infinitos de su propia locura. No lo sé, tampoco me apetece averiguarlo, que no quiero billete para un paseo por el abismo. Pasan los años y seguimos considerando al verano en curso como el verano más caluroso de la historia reciente de las calores mundiales. Tiendo a pensar que la “historia reciente” abarca los últimos seis meses, como mucho. Pasan los años, aparte de ahí esas velas, que los números son fríos cuando es uno mismo el que los cuenta, y sumemos momentos, vida pura, la vida tal cual, que lo demás ya no está y queremos olvidarlo. Pasan los años y el fanatismo, el terrorismo, sus atentados, sus cafradas, me siguen golpeando las entrañas, me siguen doliendo, como si escuchara las noticias por primera vez. Me sorprende el odio inconsciente tan resistente al paso del tiempo, ese odio loco que no mengua, que se mantiene, así el tango marque el tiempo. Pasan los años, con sus canas y sus arrugas, más en la camisa que en la cara, efecto de las cremas y de la insistencia, seamos sinceros, y me asomo al retrovisor mirando de reojo el tiempo vivido, consumido, amado, saboreado. Pasan los años y me siguen entusiasmando las mismas cosas que cuando era un crío, empiezo a pensar que las cosas que llamamos “importantes” con demasiada frecuencia son cosas muy simples, o con apariencia muy simple. Y es que puede que la vida sea mucho más simple de lo que creemos. Es solo una suposición.
Tal vez lo importante sea “estar en el mercado”, no darse nunca por caducado, tampoco por amortizado, cotizar aunque sea a la baja, que siempre habrá alguien interesado en nuestro producto, o no. Ofrezcamos el producto; cuál, cómo, lo que sea, como sea. Reciclaje, esa palabra que los ecologistas se quieren apropiar en exclusiva y que debería considerarse patrimonio mundial inmaterial de todos aquellos que se consideran activos, en este tiempo, vivos. Actualizarnos para que no pesen los años, ese es el concepto y el reto. Si actualizáramos los grandes iconos y mitos que nos han ofrecido las diferentes expresiones artísticas tal vez nos encontraríamos con algunas estampas que nos desmontarían... sigue leyendo en el Día de Córdoba

miércoles, 20 de julio de 2016

LA CANCIÓN DEL VERANO


Lo realmente cierto, lo indiscutible, lo real y verdadero, es que gracias a la Salchipapa de Leticia Sabater hemos vuelto a hablar de la canción del verano. Vaya manera de comenzar un artículo, espero que no me lo tenga en cuenta. La salchicha y la papa, tiki tiki tiki, taka taka taka, Salchipapa, lo bailan en la playa, Salchipapa, lo bailan en las discos, Salchipapa, lo bailan en las fiestas, Salchipapa, lo bailan en los bares, ¡SALCHIPAPA! Creo que con este breve fragmento es suficiente para tener un noción bastante aproximada de la calidad y estilo de la citada canción. No le recomiendo que contemple el vídeo, y que si lo hace esté acompañado por familiares cercanos, amigos de confianza, que le puedan atender en caso de sufrir desmayo, algún tipo de locura transitoria o parada cardiorrespiratoria, desfibrilador  al alcance de la mano, por si acaso. Durante muchos años, hablamos de seis o siete décadas, tela de años, la canción del verano ha tenido su enjundia, su cosa, su aquel, o como quiera llamarlo. Hasta la aparición de esta barbarie cateta, y casi delictiva, que confunde lo latino con lo aberrante, liderada por los maganes, pitbulles, daddies y yankees de gafas negras, letras hipermachistas y cabezas rapadas, el que te distinguieran con el título honorífico de ser el propietario de la canción del verano tenía su puntito, gordo. Ya no, pobre de aquel que hoy campee debajo de ese paraguas, reservado a lo horrendo y casi patético, a la basura de la armonía, a la indigestión de la composición, al vómito del talento, musicalmente hablando, claro. Y eso que a lo largo del tiempo, si uno vuelve la vista atrás, hemos llegado a contar con canciones del verano más que dignas, incluso aceptables. Pensemos en Jarabe de Palo, y su Flaca, en Alaska, primero con los Pegamoides y después con Dinarama; pensemos en Radio Futura, en Los Lobos, y su remake de la incombustible Bamba, en unos jovencísimos Tequila, o en La Orquesta Mondragón, del histriónico Gurruchaga.
Y para los más mayores, recuperemos hoy esas canciones del verano interpretadas por Concha Piquer, Juanito Valderrama, Celia Gámez, Estrellita Castro o Luis Mariano, hablamos de hace muchos años, pero también de grandes nombres de la música popular –un toque cultista de última generación-. Leyendas patrias, de NODO, Pelargón y Gran Vía. Grandes nombres que dejaron paso a Concha Velasco, Fórmula V, Manolo Escobar, más allá del carro o Peret, padre legítimo de la rumba catalana, palabras mayores. Y una más que merecida mención para esa italiana rabiosamente platino y divertida que sigue siendo Raffaella Carra... sigue leyendo en El Día de Córdoba
 

miércoles, 13 de julio de 2016

ONCE

Once minutos para la ilusión, once minutos que sobraron, once minutos que nunca llegaron a ser. Once. Aunque a veces acaban diez, o nueve. Once, es el número. Once jugadores por equipo, once. Once Copas de Europa, once. Tal vez sea el fútbol el deporte más ilógico e injusto que existe, más descerebrado y anárquico, y tal vez por eso lo amamos. Porque es la ventana que se abre en nuestra rutina –demasiado poético me ha quedado esto-. Pero también podemos llegar a detestarlo, precisamente por eso. Y se puede amar al fútbol de muy diferentes maneras. Tal y como sucede con el amor que nos profesamos entre las personas, también puede traducirse en un amor insano, doloroso, cruel, desdichado, amargo. Hay amores que amargan, los que matan pasaron a la historia o deberían estar en la cárcel. Amor es vida. O es como la vida, escoja. Hemos vivido unas últimas semanas muy futboleras, aunque en algunas ocasiones hemos hablado más de los aledaños del fútbol, o del epicentro del fraude y la carroña. Que les pregunten a De Gea y Muniain por un tal Torbe o parecido. Menudo lío, menudo sofocón de Edurne. Sofocón de los gordos. O que le pregunten a Alves, que cuenta con la capacidad de ofrecer más titulares por sus payasadas en las redes sociales o por sus olvidos con Hacienda que por sus jugadas o por su cambio de equipo. O que le pregunten a Messi, ya juzgado y sentenciado, por defraudar en los impuestos que todos los españoles pagamos escrupulosamente. Si en vez de futbolista, de crack sideral, fuera político, reclamaríamos cadenas perpetuas, escarnios públicos en la plaza del pueblo y demás condenas graves, pero no. El yo no sabía nada en esta ocasión se justifica y se entiende, pero si eso mismo lo responde cualquier responsable público es imposible de creer. Y es que el fútbol es mucho más que una ideología, más que la Hacienda pública y la educación de nuestros hijos. Es mucho, mucho más, un sentimiento, como cantó Calamaro, ese cantor prodigio y prodigioso de la Argentina melenuda del 78.
A los aficionados al fútbol, normalmente, nos gusta más hablar de fútbol que contemplarlo o practicarlo. De hecho, hay aficionados que los partidos trascendentales no pueden verlos en directo, abrumados por los nervios y demás ansiedades. Me incluyo en este pelotón, me temo. ¿Hay partidos trascendentales?, bien podría preguntarse. Busque en todas las posibles acepciones de trascendental, que tal vez alguna valga. Me decía el otro día un amigo, gracias Gonzalo, que puedes cambiar de nacionalidad, de pareja, de casa, de perro, de coche, de batidora, de móvil, de sexo y hasta de intención de voto, pero de equipo no es habitual cambiar. Tal vez sea la mayor fidelidad de nuestra vida. ¿Una tragedia? Fieles a un... sigue leyendo en El Día de Córdoba

jueves, 7 de julio de 2016

LA DEMOCRACIA ERA Y ES ESTO


Mire, si ya me ha leído con anterioridad no se sorprenderá, pero aún así prefiero dejarlo claro desde el principio, vaya que se trate de un lector primerizo en esta columna. (Bienvenido, pase sin miedo). No me gusta nada el resultado de las pasadas elecciones, nada, ni lo más mínimo, pero es lo que hay. Se llama Democracia, por si alguien todavía no lo sabe, sí, Democracia, y normalmente no contenta a todo el mundo, pero es que de eso se trata, de aceptar y acatar lo que decide la mayoría. Que sí, que usted no puede comprender que tras los casos vividos, los sms a Bárcenas, Panamá, la Púnica, la Gürtel, Rato, Rita y Fernández Díaz haya quien los siga votando, y lo comprendo, pero haga como yo, simplemente, no los vote, y punto. Que sí, que yo también estoy muy disgustado, cabreado, incluso decepcionado, sí, pero lo acato, lo acepto, lo asumo, forma parte de las reglas del juego. Y aún así amo este juego, que se llama Democracia. Funciona así, es muy simple, es muy fácil. Un juego que nos permite influir en nuestra sociedad, en los que nos gobiernan, en nuestro destino. Nos convocan a las urnas, y votamos, que es introducir una papeleta con una opción política dentro de un sobre, así de simple. Solo eso. No tenemos que razonar nuestro voto, no tenemos que darle explicaciones a nadie, salvo a nuestra conciencia; libre, secreto y personal. Así, tal cual. Y no, no nos piden una formación reglada, un mínimo de estudios, haber estado de Erasmus, un siete en Lengua, una beca o yo qué sé, no, nada, tener 18 años y contar con la nacionalidad española, ya está. Por tanto, el voto del arquitecto vale exactamente igual que el del encofrador, el del mecánico de mi barrio que el de Fernando Alonso, el de la pediatra de mis hijos que el del okupa de la esquina, el de Amancio Ortega que el del último desahuciado. Lo mismo, pesan igual. Y me encanta que suceda eso, lo adoro, me fascina y me tranquiliza. Sí, me tranquiliza, porque en al menos en algo todos somos iguales y eso es maravilloso.
Mire, le insisto, que no me gusta el resultado, lo repito, pero de ahí a tener que seguir soportando a todos esos Dragós que han salido del armario del rencor y la desconfianza hay un trecho. Ya está bien, ya está bien, al cuadrado. Que la Democracia no es solo maravillosa cuando tras el recuento sale lo que yo he votado o más me gusta y basura cuando no es así, que no. Que mi opción política no es la de los inteligentes y las demás las de los ignorantes, incultos, corruptos, delincuentes, lelos y demás especies, que no, que la cosa no funciona así. Y es que me asquean tanto esas explicaciones tan clasistas y tan profundamente fascistas que se emplean para justificar una derrota electoral que llego a dudar de si realmente hemos asumido, o no, los valores democráticos. Sin ir más lejos, para justificar el triunfo del Brexit hemos escuchado: es que han votado los abuelos incultos de las zonas rurales. Vale, pues que hubieran ido a votar lo contrario los jovencitos universitarios y urbanitas de Londres y resto de grandes ciudades. Urbanitas o rurales, mismo valor del voto, lo aplaudo y lo coreo. Perdone que insista tanto, pero es que soy muy demócrata, amo este invento de participación ciudadana que se inventaron los griegos. Que tiene algunos matices que no me gustan, pues claro, igual que lo tienen mi pareja, mis hijos o mis amigos y por eso no dejo de quererlos y de admirarlos.

Mire, la Democracia era y es esto, tal cual, y si no le gusta y si no lo acepta debería mirárselo cuanto antes, porque tal vez tenga un problema de intransigencia e intolerancia en fase aguda, que los hay, y me temo que son incurables. El pasado 26 de junio los españoles, sí, los españoles, decidimos que el PP tendría que ser el partido encargado de formar Gobierno –y esta vez, escuche bien, Arriola, no puede renunciar-, el PSOE el de liderar la oposición, Podemos el de ser la tercera fuerza y Ciudadanos la cuarta, y nada más, así de simple. Esa es la letra de la canción que compusieron las urnas. Que esto podría haber tenido otro final, que podría no haber sido como es, que nos podríamos haber ahorrado una votación y seis meses de espera, indiscutiblemente, aunque eso tal vez lo tengan que explicar algún día muchos de los que ahora dudan de la Democracia y no aceptan de buen grado el resultado electoral.