miércoles, 24 de febrero de 2016

MUDANZA


Siempre me ha provocado una profunda desolación ese entrenador de fútbol que despiden a mitad de temporada. Y es que imagino estampas muy similares a esas que nos ofrecen las películas realistas alemanas de los sesenta y setenta. Directores con apellidos impronunciables. Todo muy frío y áspero, el escenario perfecto para que la soledad represente su gran actuación. Amplios salones vacíos, cajas de cartón esparcidas por el suelo, dormitorios sin fotografías en las mesitas de noche, despertadores sin hora establecida, frigoríficos huérfanos, apenas un par de latas de cervezas y un paquete de salchichas caducadas. Paredes en las que podemos descubrir los cuadros que ya no están. Las marcas de la puerta, representando las medidas de Ana o Jaime con dos, tres y cuatro años. Una gota que cae lastimosa y repetidamente del grifo del lavabo. Al fondo del pasillo, el teléfono suena, sugerentes ofertas aguardan, pero nadie responde. Puede que por estas imágenes comprenda a los entrenadores que deciden alojarse en un hotel, que viajan solos en cada nueva aventura, sin la compañía de los suyos, de la familia, del hogar. Cuesta muchos años y esfuerzo construir tu propio hogar. Que las habitaciones desprendan un olor que no nos sorprenda, que las estanterías se amolden a nuestro desorden, que la luz sea amable, que los pomos de las puertas respeten nuestros movimientos, que los suelos dejen de gemir. Cuesta mucho convertir un espacio neutro en un espacio propio, íntimo. Tu espacio. Puede que por eso muchos entrenadores son proclives a establecer su hogar en un punto concreto, al que siempre tienen la oportunidad de regresar, cuando el delantero de turno le amarga la existencia por ineficacia propia o eficacia rival, es lo mismo. Abandonar una habitación, aunque haya sido tu habitación durante varios meses, no es lo mismo que abandonar tu hogar y empezar de nuevo.
Podemos buscarle los beneficios y virtudes a la mudanza, que las tiene, sí, las tiene, pero la amargura que nos regala las supera muy ampliamente. No conozco a nadie que le gusten las mudanzas, del mismo modo que no conozco a nadie que le guste despedirse de su familia, de sus amigos, de los seres queridos. La emoción de lo desconocido, de lo que vendrá, que puede que sea mejor, nadie lo duda, no es la tirita capaz de cerrar la herida. Porque la mudanza tiene mucho de herida, sí, de perdida, de tiempo y recuerdos que se van. No es bueno vivir de recuerdos, nos cuentan, y repetimos en voz alta, disciplinados, pero muchos de ellos nos gustarían que siguieran formando parte del presente. Y aunque los recuerdos forman parte del mundo de lo abstracto, nosotros los asociamos a espacios tangibles, concretos. Ese cajón en el que... sigue leyendo en El Día de Córdoba

martes, 16 de febrero de 2016

AMOR


Sonido de arpa, aunque no lo escuche. Los escaparates se llenan de rosas y de corazones, nos vuelven a contar la historia de San Valentín. Difusa historia. Las cadenas de televisión emitirán una película sobre el asunto. Basada en hechos reales, pero con final feliz, que tiemblen las perdices. Los supermercados ofrecen catálogos específicos, dígaselo con bombones, flores o tarjetas, un regalillo para celebrar el día. Casi todo se puede comprar, nos cuentan, y nos lo creemos, vaya que sí. Flechas que apuntan al corazón, alas de algodón, frases manidas. Restaurantes que ofrecen cenas especiales, menús alusivos, prometen crear el clima propicio, para que surja y nos envuelva. Hoteles en oferta, suites a precio de saldo, spas para la ocasión, unas vistas idílicas. Cuidado con las alturas, esos vértigos voraces. Quién le pone el cascabel al gato. Amor. Menuda palabra. Quién la define. Podemos acudir al diccionario, tan frío a ratos, a miles de canciones, del azúcar a la mostaza, gustos y colores; también podemos buscar su definición en miles de libros, romanticismo mesiánico y pasiones desenfrenadas, o en el cine, que una imagen vale más que mil palabras, decimos con tanta frecuencia. De la sutilidad a la pornografía, universo californiano de silicona y látex. En la pintura, candidez y trasgresión, imaginarios bosconianos extendiéndose a lo largo y ancho del lienzo. Desgarrador, incierto, nervioso, maravilloso, breve, intenso, química, física, biología, profundo, liviano, sugerente, invisible, presente. Sí, hablemos del amor, tal cual, o de las formas del amor, o del amor esencial, que cada cual sentirá, esperará y repartirá a su manera, mientras tararea la célebre copla de Sinatra.
Y sí, lo de San Valentín es ñoño, es verdad, y se lo han inventando los grandes almacenes para rascarnos el bolsillo, también, pues claro, completamente de acuerdo. Pero también estará de acuerdo conmigo que tampoco pasa nada, que hasta es aconsejable, que por un día, unas horas, lo que sea, el amor sea el gran protagonista, el TT en el timeline de nuestras vidas. Y sin necesidad de abrir la aplicación. Tengo la impresión de que hemos introducido en nuestras vidas tantos elementos prácticos, tangibles, concretos, que evaluamos según su utilidad, que nos hemos olvidado de las emociones, de los sentimientos, y como canta Calamaro... sigue leyendo en El Día de Córdoba

lunes, 8 de febrero de 2016

SAY CERVANTES YAY YAY


Quiero luchar, no lo solucionaré corriendo, ven y alza tu grito de guerra, porque eres el que nunca muere, canta hurra, lalalala, sigue cantándolo, no dejes en ningún momento de seguir escalando la montaña, y si sigues persiguiéndolo, di ¡yay, yay, yay!, hurra, di ¡yay, yay, yay!, hurra, di ¡yay, yay, yay! Más o menos, es lo que dice Barei en la canción con la que va a representar a España en el próximo festival de Eurovisión. Más o menos, que yo soy al bilingüismo lo que Rajoy a las preguntas de la prensa: incompatibles. Sí, he tenido que tirar de traducción, porque este año, después de 47, nuestra representante en Eurovisión canta en inglés, así, tal cual. Un tema electromachacón, bailongo, con estribillo facilón, a las pruebas me remito, muy al estilo del festival, si es que Eurovisión ya cuenta con su propio estilo. Es probable. En realidad, Barei se llama Bárbara, que es un nombre muy español, yo creo que más en intencionalidad que en sonoridad, y según cuentan el apodo le viene de Barbie, por lo que tengo entendido. Barei lleva intentando abrirse paso en el siempre complicado mundo de la música más de quince años y ahora se enfrenta a su gran reto. A pesar de ser de buena familia, cuentan que de los propietarios del célebre Windsor, ese rascacielos que ardió como una tea hace unos años, antes de colarse en una canción de Pereza, así como de cines y demás negocios, la chica se lo ha currado, o eso cuentan o nos cuentan. Confía en el tiempo, que suele dar salida a muchas amargas dificultades. Con estas apreciaciones trato de explicitar que no tengo nada en contra de Barei y que hasta reconozco la coplilla como una más que digna apuesta para competir en Eurovisión –sobre todo si recordamos a El sueño de Morfeo y su gallinero-. Yo, para detectar una canción idónea para este festival, siempre hago el mismo ejercicio mental: trato de imaginarme que estoy en la calle del infierno, en la Feria, y que suena el tema de marras. Si no desentona, si va bien con el griterío de la tómbola y con la sirena de los coches de tope, la cosa promete. Ya no sé yo si eso es un piropo u otra cosa, según se mire, claro.
No soy de españolismos exacerbados, sobre todo porque suelen desembocar en playas que no estoy dispuesto a pisar y de las que recelo como si se trataran de una alergia mortal, pero me cuesta entender, asumir, comprender, asimilar, qué sé yo, que en el año Cervantes, o en el supuesto año Cervantes, o en el año fantasma de Cervantes, enviemos como representante de nuestro país, que la distingamos como Marca España, a una canción cantada en ingles. Shakespeare nos saluda desde su tumba, y le guiña un ojo a su amigo Miguel... sigue leyendo en El Día de Córdoba 

miércoles, 3 de febrero de 2016

EL MENOS COMÚN DE LOS SENTIDOS



Me temo que en España tenemos la insana tradición de calificar ideológicamente diferentes tradiciones, comportamientos o rituales con demasiada facilidad, como si estos pudieran agruparse o explicarse desde ese punto de vista. Y no. O sí. Pero no. La imagen de la semana, o una de las imágenes, nos la ha ofrecido el torero, empresario y personaje del mundo rosa, Francisco Rivera Ordóñez, toreando una vaquilla con su hija de cinco de meses agarrada de un brazo. No es un imagen gratificante, tampoco ejemplar, se mire desde el punto de vista del que se mire. Hablemos de sentido común, que por desgracia no es el más común de los sentidos, si no todo lo contrario. Y no creo que sea necesario explicar los motivos, y si alguien necesita de argumentos para entenderlos le recomendaría que se mirase lo suyo, y en profundidad. Francisco Rivera ha justificado su comportamiento explicando que su hija no va a estar en ningún sitio más segura que en sus brazos y recordando que su padre, Paquirri, también le hizo lo mismo. Y ha adjuntado fotografía demostrativa, todo un detalle. Desde ese punto de vista, evocando al pasado, deberíamos seguir ofreciendo a nuestros hijos una copita de anís para abrirles el apetito, obligándoles a tomar una cucharada de aceite de ricino, ofreciéndoles una calada de nuestro cigarro para jolgorio colectivo o qué sé yo. También podríamos recuperar, ya puestos, el tirón de patilla cuando no se sepan la tabla del cinco, una cachetada a tiempo o las orejas de burro. ¿Por qué no recuperar todas esas tradiciones del pasado? O más, volvamos a viajar en carreta, a utilizar palomas como mensajeras o a lavar la ropa en la pila, a la orilla del río, venga.
Hay quien ha comparado la acción del torero con la de la diputada de Podemos, Carolina Bescansa, llevando a su hija al Congreso de los Diputados. Aunque lo de la política es una irresponsabilidad, incluso una frivolidad, no es comparable con lo del torero, ya que aparentemente no puso a su hija en peligro. En cualquier caso, son censurables las dos imágenes, pero a muy diferente intensidad y por muy diferentes motivos. Esnobismo y temeridad. Algunos compañeros de profesión, han colocado en sus redes sociales imágenes similares, a modo de solidaridad corporativa con el torero. No creo que haya sido una buena idea, y muy especialmente ahora en el que la tauromaquia está atravesando por el momento de su mayor desapego social. Desapego que no solo está cimentado por la clase política, de vez en cuando es bueno mirarse en el espejo, con la cara recién lavada. Y campaña antitaurina es lo que... sigue leyendo en El Día de Córdoba