miércoles, 31 de mayo de 2017

ORO Y PLOMO

Existen, son, están a nuestro alrededor, con frecuencia somos nosotros mismos, nos transformamos o los cultivamos. Es una energía, extraña y mala, sequerona, pero energía. Un mal día lo tiene cualquiera, quién no tiene un muerto en el armario –y hasta un cementerio completo-. Nadie está libre –de pecado no, que es una cosa muy moralista-, así que vaya escondiendo esa piedra. Usted también, ventile el armario. La diferencia es que algunos lo somos, o creemos serlo, a tiempo parcial, y hay quien lo ejerce, sin aparente esfuerzo, las 24 horas del día, los 365 días del año, toda la vida, siempre. Todos los días, vaya triste insistencia. Y existen multitud de definiciones para definirlos, valga la redundancia, desde las jergas más campechanas y localistas a las formulaciones más o menos educadas y/o elaboradas. Deberían ser menos, pero no son pocos, incluso muchos, en algunos casos, demasiados los casos, cuando el gas, virus o lo que sea se expande. Y anda expandido y expansivo, vaya mezcla mala en este caso. Me refiero a ellos, también las hay ellas, claro, los cenizos, los pesados, los avinagrados, los malasangre, los plomos, los plomizos, los malaleches, y cuantos sinónimos, aceptados o no por la RAE, quiere usted adjudicarles. Son muchos, en definitiva. Y los tenemos o los nos encontramos en la barra del bar, mientras vemos un partido de fútbol, en la mesa de al lado, compañía de mantel en una boda o comunión, ahora que es época; o en el trabajo, que puede llegar a ser un auténtica tortura por las interminables horas compartidas, en las redes sociales, sentenciando a cada instante, o en los medios de comunicación, aleccionándonos en todos y cada de los aspectos de nuestras existencias, como si nosotros estuviéramos en primero de infantil y ellos ya hubieran finalizado, con cum laude obviamente, varios doctorados en vida y todas sus circunstancias.
España tuvo una generación de intelectuales tan lúcidos como avinagrados, tan cultivados como cabreados, tan brillantes como irritantes, tan sabios como necios, y es que todo es posible de combinar. Paco Umbral y su ya mítico “yo he venido a hablar de mi libro”, que aún llevando razón, ya podría haberse expresado de manera más suave. Cela y la palangana, en su esfuerzo por ser soez y escatológico a tiempo completo, Eduardo Haro Tecglen y sus malas pulgas permanentes o Fernando Fernán Gómez y su mayestático “váyase usted a la mierda”, dando ejemplo de cómo un escritor debe tratar a sus lectores (modo ironía, claro está). Tampoco nos podemos olvidar del “cuándo te vas a callar” protagonizado por el Rey emérito a un Chávez martillo pilón. Salvo en el último ejemplo, más anecdótico que ilustrativo, hablamos de escritores muy brillantes... sigue leyendo en El Día de Córdoba

lunes, 22 de mayo de 2017

SOLO UNA HISTORIA DE AMOR


Hemos creído ver el primer beso, cándido, sobre el escenario, tras la representación teatral estudiantil. Una primicia que la fotografía nos regala, el orden de la memoria. Cuentan que él era un alumno aventajado, el talento en estado puro, y ella la sensibilidad, la elegancia, el amor por la cultura. Ella recitaba poemas de Baudelaire, o tal vez fueran fragmentos de Balzac, quizá de Proust, puede que de Stendhal, y él la escuchaba hipnotizado, alucinado, embriagado de amor, admiración y belleza. Hay quien señala que fue un amor a primera vista, que Cupido lanzó sus flechas y acertó en ambos corazones al mismo tiempo; el irrefrenable poder de la química del amor, o algo así, buscaré una definición más apropiada y elocuente en la extensa obra de Margaret Atwood. Los cronistas, y hasta casi los historiadores, todos los tertulianos, algunos directos testigos de los acontecimientos narrados, indican que los comienzos de la pareja fueron muy duros, poco esperanzadores, por todas las circunstancias que les rodeaban: ella, una respetable y casada profesora, madre de tres hijos, madre ejemplar, creí escuchar; él, un adolescente, brillante estudiante, pero adolescente, presos de un amor imposible. Ella, 24 años mayor, ya una vida hecha, esa expresión tan desoladora: una vida hecha, él un jovenzuelo, que apenas había comenzado a vivirla, se toparon frente a la dura realidad. Frente a la oposición de sus padres, en el caso de él, o eso dicen, frente al qué dirán, en el caso de ella, una mujer casada y con hijos, una mujer, sobre todo, nos es lo apropiado, dicen que decían. Pero como en la película más cándida y menos cancerigena de la sobremesa de cualquier domingo, basada en los hechos reales más dulces, triunfó el amor, y la diferencia de edad, el proceder de una ciudad de provincias, el qué dirán y demás circunstancias adversas no pudieron impedir el irremediable triunfo del amor. Tachán.
No me cabe duda de que rodarán una película, o una teleserie, según lo que pretendan estirar el chicle, con la historia de amor entre el recién elegido Presidente de Francia, Emmanuel Macron y su esposa, Brigitte Trogneux. Y es que en apenas una semana, nos han contado obra y vida de la pareja, sus primeros momentos y hasta detalles solo al alcance de familiares o amigos muy íntimos. Por ejemplo, si usted teclea en la ventanita de Google la palabra edad, automáticamente aparece: edad mujer macron, y si teclea solo esp, a continuación aparece esposa de macron, y así todo. O sea, millones de personas se han interesado por Brigitte antes que usted... sigue leyendo en El Día de Córdoba

martes, 9 de mayo de 2017

SERIES DE TELEVISIÓN


El otro día escuchaba un argumento que tal vez tenga su lógica, o no, el tiempo confirmará, o no, la tendencia. En resumidas cuentas, no recuerdo el nombre del narrador, venía a decir algo parecido a que en unos años, en realidad ya comienza a darse, las salas de cine se ocuparán mayoritariamente de los grandes estrenos y productos comerciales, tipo superhéroes, avatares diversos y demás especies producto de la ciencia-ficción y de los efectos especiales, y que la televisión, lo que denominamos las series, serán el espacio natural de las producciones de calidad, y hasta de las denominadas obras de autor. No suelo estar de acuerdo con las afirmaciones tan contundentes, que se alejan de los matices, de los tonos medios, y que solo le conceden toda la importancia a la generalidad, cuando somos una amplia mayoría los que vemos La2 y jamás hemos asomado la nariz por FirstDate o la cosa/casa de Bertín. Creo que en la oscura y silenciosa magia de una sala de cine caben la grandilocuencia de cualquier secuela o precuela de Star Wars y la minimalista arquitectura de cualquier película de Jarmusch, por poner solo dos ejemplos. Me sucede lo mismo, aunque no sean ejemplos del todo comparables, con los libros de papel o electrónicos o los cds o los vinilos o con los mp3, que me da exactamente igual los cauces por los que se expanda la cultura, y hasta considero sano y positivo que mientras más, mejor, y si es aliándose con los soportes que nos ofrecen las nuevas tecnologías mucho más que mejor. Dicho esto, que con toda probabilidad importe poco, como casi todo lo que cuento y escribo, claro está, centrémonos en el asunto principal, que hoy hablamos de series de televisión. Que en los últimos años se han convertido en un producto de muy alta calidad, hasta el punto de que sean ya muchos los críticos cinematográficos los que se atrevan a afirmar, sin pudor, que el mejor cine actual se ve en una pantalla de televisión y por entregas. Yo añadiría, si se me permite, o está protagonizado por dibujos animados, Algunas producciones de Pixar, en concreto, las elevo a la condición de obra maestra.
Todo los seriéfilos tenemos uno o varios títulos icónicos a los que les debemos la adicción: Twin Peaks, The Wire, Los Soprano, Friends, Mad Men, Breaking Bad y algunos son (y somos) hasta capaces de especificar y situar sus grandes momentos: la temporada dos de Lost o la tercera de The walking dead o, incluso, el capítulo 9 de la sexta temporada de Juego de tronos. Sí, La batalla de los bastardos, vaya mal rato pasé, que eso no se le hace a Jon Nievesigue leyendo en El Día de Córdoba
 

martes, 2 de mayo de 2017

CURRO Y COBI



Situémonos. Aquellos tiempos, no tan lejanos, sin wifi, sushi, android, ios o puertos USB. Sin LED, VAR, Bótox, WhatsApp, cinturones de seguridad y con yogures a precio de oro. Aquellos tiempos sin implantes dentales, tampoco capilares, calvos para siempre, con banda sonora de Los Manolos. Aquellos tiempos, tan cercanos, de los dos rombos, Félix Rodríguez de la Fuente, Verano Azul, cartas de ajuste, Matzinger Z y culebrones a granel. La España de eso que ahora llamamos Transición. A principios de 1992 mi padre compró una televisión, en el Pryca, qué frivolidad. La segunda que teníamos en color –la anterior la compró para la Eurocopa del 84, en Francia, la de Arkonada y Platini-, la primera televisión con mando a distancia, qué disparate. Este año van a pasar cosas muy importantes y tenemos que verlas como se merecen, argumentó mi padre la “renovación tecnológica”. Una Thomson, cuadrada, con más culo que una manada de elefantes, con la que deseaba volver a ver todas las películas, partidos y series que me habían gustado porque era como volverlas a ver de nuevo, tras la lánguida Radiola –sin mando a distancia-, en la que el rojo era un marrón más. En cierto modo, con la compra de la nueva televisión, mi padre metaforizó lo que 1992 supuso para este país nuestro. El color, pero el color de verdad, el rojo de verdad, rojo rojísimo, llegó a nuestras pantallas y, sobre todo, a nuestras retinas. Casi cuando concluía, y no le estoy exagerando, el Siglo XX llegó a España. Nunca es tarde si la dicha es buena, nos apunta el refranero. Por primera vez, España no es que tuviera un gran reto mundial, es que tenía dos, de dimensiones siderales, ambos, si tenemos en cuenta de donde partíamos: de la nada, del abismo, de las catacumbas. Del blanco y negro. No tengamos en cuenta el Mundial de Naranjito, el del 82, que ahí seguíamos siendo la España cateta y mojigata de las décadas anteriores, hasta la Exposición Universal de Sevilla y las Olimpiadas de Barcelona, en 1992 ambos magnos eventos, no dimos el salto para conectarnos con el presente y empezar a desprendernos de nuestro lacerante y fatigoso pasado.
En la nueva televisión en color de renovados colores, o simplemente reales colores, pudimos ver como el AVE finalizaba su primer trayecto Madrid-Sevilla, sin descarrilar, tal y como habían vaticinado los agoreros de siempre, y también pudimos ver como el arquero encendía la gigantesca llama olímpica de Barcelona y hasta nos emocionamos con la locución compungida –y llorona- de Olga Viza... sigue leyendo en El Día de Córdoba