lunes, 31 de julio de 2017

VACACIONES



Meses leyendo comentarios en foros de dudosa credibilidad, pero que aceptamos según la conveniencia, como san Google –que todos los días celebra su onomástica-. El mapa sobre la mesa de la cocina. Ha llegado el momento, la espera terminó. Cafetera y manta, carretera y mantra. Chanclas, a pesar de los juanetes y de los suelos de mármol, a pesar de la DGT, a pesar de los pesares. Señale en el GPS las coordenadas del punto escogido. Ya queda menos, no se apure. Maletas al poder, que la señal de wifi descanse por una temporada, que bien merecido lo tiene, que ya ha sudado lo suyo. Y su sudor se cuela por las rendijas del climatizador. Es ese zumbido, esa humedad desconocida que nos sorprende en mitad de la noche. Todos tenemos nuestros lobos, y no solo los personajes de Juego de tronos. Y hasta muertos en los armarios, con su naftalina y sus bolsitas transparentes. Zona mixta, banquillazo, un descanso, que el partido se aproxima al minuto 90 y le he pedido a Sergio Ramos que lo resuelva sin necesidad de prórroga. Es el momento, ese momento. Poco me gusta más que rellenar una nevera de plástico con cervezas, refrescos y filetes empanados y pasarme el día entero en la playa, bajo la sombrilla. Aunque tampoco desdeño un buen chiringuitazo, a darlo todo, entregado a la causa, con los pies asfaltados en arena. Dormir la siesta, con ese delicioso mal final: media hora intentando volver a la vida. Siestas con regusto a cerveza, sardinas y gazpacho, ese combinado aconfesional y nada espiritual. Una pila de libros me aguardan, novelas que el sueño no me dejó leer, hojas a maltratar con gusto, sin disgusto. Los libros son para vivirlos. Volver a escribir, intentar volver a escribir, transcribir los sueños, las ideas, las anotaciones de una libreta con pastas negras. Buscando la señal en el camino, cansado de la dictadura del stop. Hablar y hablar, y escuchar, más importante y nutritivo, sentir, mirar, que miramos y nos miramos muy poco y es gratis. Como sonreír o pronunciar un cálido buenos días todas las mañanas. Es gratis, es la mejor inversión. Y no solo por mercadotecnia personal, por todo y más.
Me voy, pero volveré, como cantaba Nino Bravo. Aunque yo no sé si volvemos siendo los mismos, si no nos dejamos fragmentos, pedazos de mayor o menor tamaño, allá por donde pasamos. Quiero pensar que esa imagen es cierta, que contaminamos, positivamente, positivamente, a las personas y lugares con los que vamos contactando a lo largo del camino. Tengo claro que hay quien requiere de otro verbo, y polucionan, les basta con una mirada, con una simple palabra. Pobres ellos, pobres de ellos. Contaminación de sonrisas, de abrazos, contaminación de belleza, seamos generosos con el significados de los verbos y no caigamos en sus primeros usos, que merece la pena rascar la cal de la pared y rescatar los ladrillos que sobreviven al paso del tiempo. Y es que a veces hay que esconderse o simplemente irse para regresar con más ganas o para dejarse añorar, que nada es más cansino y aburrido que una continuidad forzada. Si hay que estar se está, pero estar por estar es no estar o es estar demasiado, no es exactamente así lo que vende el refranero pero la versión viene fenomenal en este momento.
Durante tres semanas nos deleitarán con todos esos reportajes que repiten todos los veranos como el ajo en el salmorejo, aunque por ello no dejen de ser adorables, como lo fueron las cinco primeras reposiciones de Verano Azul. La sexta ya me empezó a cansar y dejé de llorar cuando Pancho gritaba por la playa la fatal tragedia. Es lo que sucede con la insistencia, con la repetición, con querer estar siempre ahí, siempre ahí, martillo pilón. Todo esto para justificar que me voy, que hasta septiembre no regreso y que prometo hacerlo con la batería a tope, que ya nadie utiliza pilas, y con la mochila repleta de buenas intenciones, que como digo cada año, ajo de mi salmorejo, los años comienzan en septiembre, que es cuando llegan los coleccionables, las colas en los gimnasios y nuestros hijos estrenan curso, compañeros y maestros. Y vuelta a empezar, que la noria sigue. No se baje, no deje de girar.

El Día de Córdoba 

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