miércoles, 11 de abril de 2018

MÁSTER EN BRONCAS


Qué sería de nosotros sin los memes. Aunque también podríamos formular la pregunta de otra manera, pero me temo que la respuesta ya sería menos agradable. Menos graciosa. Hemos vivido una semana de broncas públicas, políticas y reales, y hasta de la realeza. Luego tenemos esas otras broncas, privadas, de mesa camilla, o bajo el edredón, pero que cada palo aguante su vela, dice el refrán. Ni tocarlas, que a nadie interesan. El meme de la Reina Letizia y la Reina emérita Sofía como unos personajes más de Las Meninas de Velázquez me parece una auténtica maravilla, casi al mismo nivel que el gol de Cristiano. Bueno, no tanto, el gol del futbolista portugués lo sitúo por delante. Se pueden hacer mil y una interpretaciones de las imágenes que todos hemos visto, porque todos las hemos visto, de la trifulca entre las reinas pasada y presente, y hasta se pueden establecer bandos, todo es susceptible de interpretación, faltaría más. Lo hace porque le impide a la Princesa de Asturias saludar a una señora, lo hace porque es mala malísima, pero ella es suegra de manual, y anda que como le limpia la frente después del beso, escoja el comentario o interpretación. Comentarios e interpretaciones, todas ellas, que no consiguen ocultar la realidad, lo visible:  quedó en evidencia que entre ellas existe una pésima relación y, sobre todo, que es lo único que nos debería importar, porque a mí al menos me da exactamente igual cómo se lleven, que no es admisible que la Familia Real ofrezca esa imagen, tan mala, de tangana en cena de Nochebuena, públicamente, a la vista de todos. Tras la avalancha de memes recibidos en los últimos días, me temo que la Reina Letizia no es que cuente con su propio elefante, es que tiene toda una manada. Y sin tener que viajar a Botswana.
Más bronca. Quien puso la mano por Cristina Cifuentes y su máster está ingresado en el hospital con quemaduras de segundo grado. La dirigente conservadora se empeña en defender lo indefendible y en justificar lo que no tiene justificación, y para mantener su honra o lo que sea a salvo no ha dudado en arrastrar por el fango a toda una Universidad. ¿Quién vale más? Valgo yo mucho más, se respondió Cifuentes ante el espejo, en la planta noble de la calle Génova. Lo de Cifuentes surge de esa tan extendida moda de la titulitis, o la obsesión por justificar mediante un título enmarcado que se poseen tales y cuales habilidades, previo pago por caja y a golpe de riñón, que baratos, lo que se dice baratos, no los había, al menos en el pasado. Ponga un máster en su vida, alguien gritó, y todos corrieron a apuntarse. Eso sí, todos ellos con nomenclaturas estratosféricas, de relumbrón absoluto, que un máster con denominación humilde no es admisible. Yo no tengo ningún máster, ni jamás lo tendré, porque la realidad es que nunca me lo he planteado. Mi máster se desparrama en las baldas de las estanterías y como una nieve polvorienta cubre los libros leídos; mi máster viaja en las ruedas y asas de mis maletas, y en el surco de mis discos, cuando los cosquillea la aguja de mi plato. Mi máster lo he cursado en salas de cine, en festivales varios, en exposiciones y congresos, en el teclado del ordenador, mirando, oyendo y, sobre todo, escuchando, parece que es lo mismo y no. Mi máster está en mi cabeza, y también lo tengo desperdigado por las librerías y las bibliotecas, o en esta tribuna. En esto, he de reconocer que me siento un privilegiado. Mi máster lo he pagado con miles de horas, con sudor y lágrimas, con otra vida al otro lado de la vida. Ofreciendo un cacho de mi propia vida, que no es poco.
Las instituciones, cualquier tipo de organismo, ya sea público o privado, todas las personas con significación social, por el motivo que sean, se construyen y dignifican por sus trayectorias, por sus hechos, indiscutiblemente, pero también por sus gestos y por la imagen exterior que nos ofrecen. Y tanto la bronca viralizada en la Catedral de Palma de Mallorca como la bronca suscitada por el mástergate de Cifuentes no hacen más que añadir motas de polvo, y hasta de moho, a instituciones y estamentos que deberían estar limpios y brillantes, como las patenas del refranero popular. ¿Cómo es el lema de la Real Academia Española de la Lengua? Pues eso, a utilizar el estropajo y a frotar, hasta que brillen.

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