lunes, 7 de mayo de 2018

EUROVISION IS COMING


Lo tengo claro: conato descarado de boicot. Jennifer López lo ha intentando, se le ve a la legua, pero se ha pasado de rosca. Su Anillo ha traspasado la frontera de Eurovisión para colarse en el amplio e infinito universo de lo innombrable y hasta de la infamia más absoluta, si uno le dedica dos segundos a escuchar la letra de la canción de marras. Tengo claro que no ha sido coincidencia, que J. Lo. y su equipo han tratado de eclipsar a Eurovisión, han querido decir algo parecido a: esta canción sí que ganaría el festival, y de calle, pero no, se confunden, que ese no es el concepto, por mucho que nuestro Silvestre se empeñe en mostrar tableta en ese videoclip a lo Juego de tronos futurista o yo que sé qué es eso, indefinible e indescriptible en el grado más superlativo. La verdad es que da miedito, aunque más miedito da imaginarte bailando el Anillo en cualquiera de las fiestas, ferias o verbenas que nos acechan. Que el calor se acerca y exige su canción del verano, su copla de estribillo machacón, ese hit hortera que debe reinar en la pista de nuestra discoteca mental, esa que llegamos a tararear hasta para nuestro disgusto. Y nos regañamos, pero no se preocupe, que todos guardamos un muerto en el armario, o dos o tres, y hasta una docena, y todos nos hemos dejado llevar por esa canción tan canalla como horrenda, pero bailonga para nuestra desgracia. No más prólogos, adentrémonos en el asunto, hablemos de Eurovisión, que es lo que toca por estas fechas, que la canción del verano aún se encuentra en el horno, en proceso de cocción, quién sabe si en Lisboa están echando los leños al fuego. Hablando de Lisboa, lo reconozco, fui uno de uno de esos miles que se quedó en la lista de espera virtual para conseguir una entrada. Sí, lo reconozco, me encanta Eurovisión, y me encantaría asistir a una final, y me temo que, a este paso, tendré que tomar un avión y recorrer miles de kilómetros, si se mantiene la costumbre de que la final se celebre en el país ganador de la anterior edición.
Después de lo sucedido el año pasado ya no me atrevo a pronosticar nada, y me refiero a que la canción de Salvador Sobral tenía el ritmo y la electricidad de una carrera de caracoles. Haga una prueba, trate de recuperar el estribillo, trate de cantarla, tararee, si alguien del grupo lo consigue merece ser reconocido como cum laude en el doctorado eurovisivo. Me temo que influyó la situación personal del artista, la debilidad que nos mostraba, esa petición de cariño que parecía demandar cada vez que abría la boca. Aunque Eurovisión tiene eso, siempre, se alimenta de los extrarradios, de la atmósfera circundante, y hasta de las fronteras, que le pregunten a Rusia, si no, esa cantidad de puntos satélites –no fallaba una el fallecido Uribarri en sus vaticinios-. Si no tenemos en cuenta lo sucedido el año pasado, me temo que Alfred y Amaia, la representación española, cuenta con muy pocas posibilidades. La cálida y sugerente voz de ella no es suficiente para levantar una tristona canción Disney, que empieza a ser reconocida, y hasta a gustar, sí, porque llega a gustar, después de muchas escuchas. Y Eurovisión no es eso, Eurovisión es el chispazo del instante, el estribillo facilón que se te queda a la primera, las lentejuelas y el brindis, los bótox exagerados y los taconazos, el brillo con reclamo, la pandemia de lo hortera. Toneladas de purpurina. En un segundo, sin tiempo de espera.

Tengo la impresión de que Lo malo, la canción de Aitana y Ana, igualmente de Operación Triunfo, habría contado con más posibilidades, aunque después de lo del año pasado cualquier cosa es posible, insisto. A pesar de todo esto, me mojo, y adelanto el país ganador, y mis amigos coinciden conmigo –sí, nos reunimos para examinar los candidatos; llamadnos frikis, si queréis-, si mantiene en directo el desparpajo que exhibe en el videoclip: Israel. Netta, su representante, cuenta con todos los atributos para alzarse con el galardón, y hasta para ser estrella futura, y Toy, la canción, es el resumen perfecto de lo que debe ser un premio de Eurovisión. Aunque no desdeñemos a la República Checa, con accidente incluido, ni a cualquier nórdico, siempre tan arropaditos entre ellos y ni a una de esas sorpresas que el festival se saca de la manga para seguir avivando su leyenda. Este sábado es la cita, ya tenemos preparados los frutos secos, los caracoles y las pizzas. Los taconazos, los brillos y las lentejuelas, en la pantalla. El Anillo lo tenemos reservado para la apoteosis final, por si aún nos cabe un gramo más de eso, lo que sea, y que prefiero no definir. 
 

No hay comentarios: